No recuerdo cuál fue el primer momento en el que tuve consciencia de tener un hermano, aunque sí de la sensación que me producía hablar de él. En el colegio ya me gustaba presumir de que tenía un hermano grande, y es que ocho años marcaban entre nosotros una gran diferencia.
Eso unido al ser niño y niña, con todo lo que conllevaba en aquella época, donde cada uno se educó en colegios donde el otro sexo sólo se veía por las ventanas. Recuerdo que ya entonces, en el colegio, mis compañeras me acusaban de que mi hermano, el grande, me hacía los deberes, y eso me pasaba por hablar tanto de lo bien que él lo hacía todo. Aunque debo reconocer que el famoso premio Coca-cola del colegio sí que lo gané gracias a los consejos que me dio la noche anterior y de una cita que me dijo de un tal Gandhi, que yo no sabía quién era, pero que me la aprendí de memoria, por si acaso, y que resultó ser clave para ganar el concurso de redacción. Creo que esto nunca se lo dije a él, así que igual es buen momento para agradecerle el tiempo que me dedicó esa noche. Porque cuando yo aún estaba en mi cole de monjas, él ya iba a la facultad, por lo que imagino que yo debía parecerle una niña pesada y algo consentida. Con el tiempo fui aprendiendo cosas de él y hacerlas mías, como su gusto por Silvio Rodríguez, su amor a Triana, del que heredé también su poster, porque no lo he dicho, pero mi primer dormitorio fue el suyo y me explico. Mi casa era pequeña y no podíamos tener el lujo de tener tres camas abiertas durante el día, así que yo dormía en el cuartito de estar en una cama de esas que salían del mueble, y cuando digo cuartito no es sólo por amor a su recuerdo. Y no fue hasta que mi hermano empezó a hacer las prácticas de su carrera como marino cuando yo pude tener mi propio cuarto, y no uno cualquiera, sino el cuarto de mi hermano, el grande. En la herencia iba el mencionado póster de Triana, una estantería que me parecía enorme y que desafíaba a la gravedad, un buró con su cajita de minerales que me encantaba mirar y un armario que escondía en el revés de sus puertas pegatinas y recortes desde el PCE hasta poemas de Alberti. Ese cuarto me parecía mágico y me había sido prohibido por mucho tiempo, o, al menos, era mi sensación cada vez que entraba. No consigo recordarlo sin ver a mi hermano sentado en el buró estudiando durante horas, horas y horas con un flexo negro que también tuve la suerte de heredar. Mi iniciación a la literatura también se lo debo a él, me regaló El Principito en unos Reyes y me daba a leer libros de su mágica estantería, a saber, de Herman Hesse, de Nietzsche, vamos lo que leía cualquier niña de mi edad en los años 70. Ahora que lo pienso igual era por eso que mis compañeras no entendían muy bien de lo que les hablaba.
Pero el tiempo pasó, las inocencias pierden su frescura y todo parece dicho, sabido, y lo que es peor agradecido. Tal vez, hoy, un día normal y corriente es el momento de agradecerle a mi hermano por haberme enseñado a coger una tortillita de camarones de la Guapa sin quemarme, a subirme sin caerme a un colchón hinchable en la playa la Victoria, a esperar a que de pequeña yo almorzara primero por aquello de lo mala que era para comer, a formar equipo con él y convencer a mamá para irnos de vacaciones en verano, a tener un referente en la vida, junto a mi padre, de lo que significa ser una persona honesta, a valorar el esfuerzo y el trabajo que, yo con mis propios ojos, veía todos los días en casa con su ejemplo. Y, por supuesto, una vez revelado el secreto, gracias por haberme ayudado a ganar aquella redacción y aquel concurso, y haberle dado en las narices a todas esas compañeras envidiosas de no poder tener, como yo, un hermano grande, pero GRANDE, GRANDE.
Gracias, Paco.
Ains, que me has hecho llorar. Te quiero hermanita, tu también me has enseñado mucho y me ayudaste, en una época, en la que todo parecía tambalearse en mi vida. En Argentina a las personas mayores (o sea: viejas) le dicen personas grandes, así que me has llamado viejo, eso no te lo perdono, jajajaja
ResponderEliminarHola Mari,esto lo deben haber heredado todos los PINIELLA.yo tengo unhermano Mayor que para mí es un ser supremo.LO AMO CON TODO MI CORAZÓN.En este momento está pasando por unos de los momentos mas dificiles que le han tocado pero estamos acá sus hermanitos menores para acompañarlo
ResponderEliminarLa historia se repite ,y ahora es Pablo el hermano grande y Marta lo adora .
ResponderEliminarLas cosas que se aprenden de pequeños no se olvidan y siempre se trasmiten .
Me alegro por Martita
Supongo que soy una de esas compañeras "envidiosillas" del colegio de monjas, y recuerdo muy bien como hablabas de tu hermano, recuerdo aquella redacción, recuerdo tu casa pequeñita, recuerdo una terraza pequeñita donde más de una vez hicimos deberes, pero en especial recuerdo un mural, yo también presumí que el hermano Grande de mi compañera me había ayudado hacer. He de confesar que mi afición a la lectura vino por imitarte, te oía hablar de libros que te daba tu hermano y copiona leía lo que pillaba por casa que no era mucho pero para una niña de los 70 suficiente.
ResponderEliminarAhora con el paso de los años veo tu historia repetida en mis hijos, y me encanta.
Saludos Piniella.
Gracias, Lourdes. Tus palabras significan mucho para mi.
Eliminar