Hoy retomo el camino, la inquietud y el esfuerzo de escribir...
Amenazo, vuelvo a escribir en éste, mi blog, como una Reina Tuerta en un mundo de ciegos.

miércoles, 1 de abril de 2015

Volver a ser la misma

   El tiempo es relativo, verdad de perogrullo que ya la dijo Einstein, cómo no. 
   Hace cuatro meses que llevo esperando el día de hoy. A que llegara Abril. A que los médicos me dieran los permisos correspondientes. A poder hacer las cosas por mí misma, las más insignificantes o las más necesarias, eso da igual, al final te das cuenta de que todas son importantes, al menos, para no sentirte tan mal.
   Uno puede pensar que cuatro meses no son nada pero, ah, claro, todo es relativo. El tiempo también. No soy capaz de cuantificar este tiempo pero, desde luego, no lo recuerdo tan corto. Hoy, miro hacia atrás y veo muy lejano todo aquello que configuraba mi vida normal, mi universo diario. Han  sido cuatro meses de retiro forzoso y creedme en que estoy siendo muy generosa calificándolo así. No me siento víctima de ello y no quiero que lo parezca, tan sólo siento hoy la necesidad de hacer este balance de la mejor manera que sé, escribiendo.
   En estos meses he tenido mucho tiempo libre. Mucho. Demasiado. Y lo digo siendo consciente de que, en breve, la idea de que el tiempo libre me pueda parecer excesivo me resultará chocante. Pero así ha sido. El tiempo se paraba, se alargaba o se encogía dependiendo de cosas tan variopintas como el dolor, el estado de ánimo, haber dormido o no la noche anterior, la llamada de alguna amiga, el whatsap de un ser querido, o un comentario, motivador o deprimente, en algunos de los múltiples grupos de artrodésicos que hay, y en los que, por cierto, he participado activamente, porque el dolor común, con tornillos o sin tornillos, une y sana. Y es en ellos donde me refugiaba en esas noches de insomnio o en esos días interminables donde las amigas y los seres queridos habían tenido sus propias urgencias y no habían podido hablarme. Todo era entendible y comprensible pero de que el tiempo entonces se paraba, creedme, se paraba. 
   Me he enfadado mucho y eso lo sabéis. Mantenía conmigo misma unas luchas terribles, a veces sanguinarias, por no entender ni mis emociones, ni las del otro. Supongo que cuesta asimilar lo solo que podemos llegar a estar. Hay verdades que necesitan sus meses para ser asimiladas, sobre todo, si te resistes a verlas.
   Eso sí, he aprendido mucho también, como, por ejemplo, que hay emociones que te capacitan y otras que te limitan; que, igual que el tiempo, la distancia es también relativa; que la generosidad sana y, sobre todo, que la capacidad de sentir amor y compasión es lo que nos hace humanos o animales, en el mejor de los sentidos.
   Os confieso algo, en todos mis comentarios en los grupos en los que he participado siempre he reivindicado y llevado como bandera que basta ya de la famosa frase "después de esto ya no volveré a ser el mismo", coletilla muy frecuente que la gente se repite como un mantra como si eso nos consolara de algo. Me he negado siempre a pensar que ya no volveré a ser la misma, entre otras cosas porque suena a resignación y a algo negativo. Pero lo cierto es que hoy miro atrás y me cuesta reconocer, al menos, algunos aspectos míos o de mi vida. Si lo pienso bien, lo normal, lo lógico y hasta lo sano es que no sea ya la misma. Las cosas siempre te cambian, lo que pasa es que los demás no siempre lo ven y tenemos la maldita e insana manía de mirarnos en ellos, los demás.
   No sé cuánto de mí ha cambiado y si los demás lo notarán, pero he decidido acogerlo y aceptarlo. Estoy cansada de pelearme, de batallas contra molinos de viento, de apegos innecesarios y que me empobrecen. Afortunadamente se abre, una vez más, un tiempo nuevo y estoy ilusionada por descubrir a dónde me llevará.
   Y como diría Freddy Mercury -que, como imaginaréis, me caía infinitamente mejor que el de arriba- show must go on, que traducido resulta:
    ¡Que se abran los telones, que el espectáculo, mi espectáculo, debe continuar!

domingo, 8 de marzo de 2015

8 de Marzo. ¡Igualdad ya!

La fecha ocho de Marzo y varios informes de diferentes organizaciones mundiales nos recuerdan en estos días la situación real de las mujeres en nuestro país y fuera de él. Un día en el que todos y todas debemos especialmente reflexionar  sobre todas esas leyes que limitan o, sencillamente, violan los derechos de la mujer en gran parte del mundo. Y todo por ser sencillamente mujer, una simple y llana cuestión de género que nos sigue relegando a un nada honroso segundo puesto, cuando de lo que hablamos es de libertad, dignidad o simplemente el derecho a nacer o seguir viva. Se han conseguido muchos avances en la igualdad entre hombre y mujer en los últimos años, eso es innegable pero no nos engañemos, no son los suficientes como para que se les llene, sobre todo, a políticos y jueces la boca hablando de igualdad, paridad y conciliación. No es cierto. Incluso en estos días también estarán los que gasten la tan consabida broma de "¿Y cuándo se va a celebrar el día del hombre trabajador?", como si la fecha del ocho de marzo no encerrara tanta lucha y tanta discriminación, como si una vez más fuese una bobada porque es "algo de mujeres". Señores, la condescendencia también mata. Cuidado con ella.
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La ONG Equality now, todo un referente del activismo por la igualdad de la mujer desde 1992, ha publicado un nuevo informe con las leyes vigentes que violan los derechos de la mujer en diferentes puntos del planeta y donde se plasma la urgente necesidad de un cambio legislativo, que apoye y favorezca una mayor sensibilización y, por ende, un cambio en la sociedad.
El repaso a esas bases legislativas es escalofriante y el listillo de arriba que hace ese tipo de burlas, aparentemente nada ofensivas y por las que nadie en una reunión social lo condenaría, quizás debiera leerse el informe y comprobar cómo ser mujer en el siglo XXI sigue sin ser tarea fácil , porque la legislación bajo la que se regula su sociedad, esa que tiene la obligación de defenderla y ampararla como ciudadana de pleno derecho, es la misma que la  denigra por el simple hecho de ser mujer. Tal vez, al principio estuviese hasta de acuerdo con algunas de esa leyes, como la de Rusia, donde no se permite a las mujeres ejercer trabajos que requieran un gran esfuerzo, sean peligrosos o perjudiciales para la salud, porque recordemos la mujer es inferior y hay que protegerla, que por ella sola no sabe. La pobre. Pero me gustaría saber qué pensaría sobre ese artículo en la India que declara legal la violación dentro del matrimonio, o el que al quedarse viudas las despoja de todo su estatus e independencia porque son consideradas, por la creencia hindú, un mal augurio y una maldición. Y en Arabia Saudí donde no pueden conducir y donde para poder trabajar necesitan una autorización masculina. O en Indonesia que se obliga a las estudiantes a someterse a un test de virginidad para poder acceder a la universidad. ¡Y qué decir de Marruecos con los matrimonios infantiles o Africa, donde la ablación de los genitales femeninos sigue siendo una práctica habitual, mortal, por cierto, en muchos de los casos y está penalizada hasta la práctica del deporte!, ¿Sabrá este hombre que en Nigeria la mujer en caso de herencia sólo recibe la mitad y el hombre siempre el doble?, ¿O que en los civilizados EEUU, en el estado de Arkansas, el hombre puede pegar a su esposa, eso sí, solo una vez al mes? Pues no sé si lo sabrá, apostaría a que no. Y es que independientemente de ser hombre o mujer, la ignorancia y el desentendimiento hace mucho daño.
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Y con este panorama nos encontramos también hace dos días con el informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) donde se nos revela que en España la mujer cobra un 17% menos que el hombre en su salario, cuando por otra parte está un 2% más preparada que este y debiera por tanto cobrar un 2% más. Pero eso no es todo, las mujeres con hijos en España cobran un 5% menos que el resto de las trabajadoras. Es decir, si ser mujer no es fácil, ser mujer y madre es toda una heroicidad, o un castigo. Pero sucederá poco o nada, el informe pasará y ellos, una vez más y, sobre todo ahora, con tanta precampaña, se seguirán llenando la boca con la igualdad y la conciliación de la vida laboral y familiar.
Por eso es tarea de todos y todas sensibilizarnos y actuar, contestando, por ejemplo y para empezar, a todo aquel que ya sea desde el desconocimiento o la comodidad de su posición -me da igual, el mismo daño hacen- cuestione por qué debemos seguir celebrando el día de la mujer trabajadora o por qué debemos seguir luchando desde la pequeña trinchera de cada uno y de cada una por la igualdad real entre hombres y mujeres.
Hay tanto por hacer y conseguir.¡Igualdad ya!

lunes, 26 de enero de 2015

El espejo de Dorian Gray

images (5)No, tranquilos, no he equivocado el nombre de la novela. Anoche, en la Sexta y tras un intenso debate político sobre lo que todo el mundo estará hablando hoy, sí, la apabullante victoria de Syriza, pusieron, una vez más, la película El retrato de Dorian Gray.  No me quedé a verla por más de una razón. La más elegante que puedo decir es que ya la había visto. Y no es porque fuera la versión de Oliver Parker, que también, para qué engañarnos, sino porque no me apetecía empezar a ver a las once y media de la noche -vayas horas de poner una película un domingo- una versión descafeinada y un tanto obsoleta de la novela de ese genio que fue Oscar Wilde. Directores de cine del mundo, me atraería más, pero mucho más, ver después de, si no me equivoco, dieciocho versiones ambientadas todas a finales del siglo XIX, una nueva versión actualizada, es decir, con unos personajes del siglo XXI, con unos Dorian y Basil de hoy, tal y como la hubiera escrito hoy el autor. Aunque, claro, eso sería igual de pretencioso como mi ilusión de que algún director de cine, primero, me esté leyendo y, segundo, le apasione la idea hasta tal punto como para hacerme caso. Es mucho pedir. Lo entiendo.
descarga (3)En fin, ya con los pies en la tierra, lo que sí es cierto es que me acosté con la dichosa película en la cabeza y que me llevé, como de costumbre, más de una pregunta a la almohada. Bueno, de ella, la almohada, ya hablaremos en alguna que otra ocasión porque esa sí que se merece una columna enterita para ella. Una santa, lo que yo os diga.
Se supone que la obra es un canto al hedonismo, eso sí, con sus buenos tintes de terror gótico, pero un canto, al fin y al cabo,  al narcisismo y a una parte de la naturaleza humana, que habita o cohabita en cada uno de nosotros desde que el mundo es mundo. El deseo de la inmortalidad. El deseo de la eterna juventud. El deseo de la eternidad. La diferencia esencial, aparte de otras tantas, es que en 1890, cuando se publicó por primera vez,  ese deseo era visto por la sociedad como algo inmoral, impúdico e, incluso, sacrílego. Era eso, un mero deseo con tintes de ciencia ficción, pero hoy día es un sueño que se nos vende al alcance de nuestras manos y que, cada día más, lo compramos. Ahora está bien visto y todos soñamos y nos esforzamos en parecer más jóvenes. Nos vestimos con ropas de adolescente hasta que la cremallera o el botón aguanta. Nos ponemos extensiones y lucimos melenas hasta los setenta. Lucimos uñas larguísimas de diferente textura y material de falsedad. Afloran en cada barrio los gimnasios y la media de sus clientes sube por año. Deboramos el botox y el ácido hialurónico como pipas, porque ya no valen mucho más que ellas. Pero, eso sí, algo no ha cambiado, seguimos sin hablar de la muerte, es más, el terror a nombrarla ha aumentado. Ante tanta impostora juventud quién va a pensar que un día nos tocará a nosotros. Imposible. Eso no nos puede suceder.
La ficción se nos habrá podido convertir en ciencia, pero, a nuestro pesar, Dorian y todos nosotros, tenemos en nuestra casa un espejo. Un espejo que cada día al desnudarnos ante él -el que se atreva, claro- nos devuelve la verdad de lo que somos. En eso no hemos cambiado tanto o nada, el que quiera puede seguir ocultando sus miserias y bajezas, pero sigue siendo también un acto de valentía el asomarnos y mirarlas a la cara, ya sea en un desván, en un retrato o en un espejo.
Yo, por si acaso, le hablo al mío, mi espejo, con mucho mimo, no le pido que sea excesivamente sincero, tan poco hace falta, solo espero que con algo de benevolencia, por su parte, y mi miopía, por la mía, nos llevemos bien hasta... ¿la eternidad?

domingo, 25 de enero de 2015

El Cotidiano y La Reina Tuerta

La vida es puro juego de palabras, no sé si alguien lo habrá dicho antes, y, si no, pues lo digo yo. En estos días solo hablo de mi columna. O de mi columna física o la literaria, y es que, como la mayoría sabréis, desde esta semana colaboro con una columna en el diario digital El Cotidiano, así que igual ahora me veis un poco menos por aquí, pero no preocuparos, que yo os iré colgando igualmente los enlaces. Es solo el principio, de qué aún no lo sé muy bien, pero me hace mucha ilusión, y eso ya creo que es, por sí solo, un maravilloso fin.
Y, como lo prometido es deuda, aquí va el primero.

      La Reina Tuerta (pincha en el enlace)




Cita la leyenda que "En el país de los ciegos, el tuerto es rey". Que el refranero español es sabio, no lo vamos ni a discutir ni, mucho menos, a descubrir ahora. Hoy debuto en esta honorable plaza y quiero hacerlo explicando el porqué del nombre de mi columna. Este refrán nos aparece con más de una interpretación en los libros y diccionarios y huelga a estas alturas explicar su significado.
Hubo un tiempo en que una amiga en su afán de consolar, siempre decía, siempre me decía, a modo de mantra, "En el país de los cie270221_1938954392155_3813571_ngos, el tuerto es rey", "En el país de los ciegos, el tuerto es rey", "En el país de los ciegos, el tuerto es rey", era su respuesta para todo, hasta que recuerdo un día en que me volví para ella algo enfurecida y le dije: que sí, que sí, que seremos reinas, pero entérate y abre los ojos de una vez, somos reinas tuertas, y no siempre me vale ser tuerta, no siempre me compensa ser tuerta, por muy reina que sea. Ella, claro, mi amiga, dejo de decirlo o, al menos, delante de mí. No sé si le convenció mi respuesta, la deprimió hasta tal punto o sencillamente no tuvo ganas de volverme a ver así. Comprensible por otra parte. Pero el hecho es que desde entonces, y os aseguro ha llovido mucho, esas palabras han resonado en mi cabeza.
Y es que todos, bueno, todos los afortunados de no ser ciegos en esta nuestra sociedad, que, a veces, me pareciera estar dentro de la famosa obra de Saramago, con tanto ciego a nuestro alrededor, somos reyes y reinas tuertas. Aquí no se libra nadie. Yo soy una reina tuerta, mi amiga es una reina tuerta y tú, lector, en el mejor de los caso también serás un rey o reina tuerta. Y esto, no es una cuestión de pensamiento o filosofía de vida  negativa. Nada más lejos.  Soy vital y positiva como una manzana, pero como diría el genio, "lo que es, es".  No me gustan que sean condescendientes conmigo, ni los fallidos intentos de consuelo cuando de lo que se trata no es de consolar, sino de aceptar.
Soy afortunada, muy afortunada, entre otras cosas, porque cada mañana decido serlo. A fin de cuentas, la felicidad, la alegría y lo que yo llamo fortuna, en cierto modo también se elige, se decide y se apuesta por ella. Eso sí, cada mañana, cada medio día, cada tarde y cada noche de tu vida. Es un trabajo, un trabajo y una tarea como otra cualquiera. Pero eso sí, que nadie pretenda engañarme y menos hacerlo yo misma. Yo soy una reina, pero tuerta tuertísima como la que más, como metáfora no es la que hubiese elegido, pero creo que nos vale para la ocasión. Porque por muy reina que sea, como le intentaba hacer ver a mi amiga, tengo mis miserias, mis cicatrices y mis heridas, y, si no fuera consciente de ellas, no podría renegociar con ellas, como lo hago cada mañana. Sí, en en ese justo momento de la mañana en que, pese a todo, vuelvo a decidir que soy feliz, alegre y afortunada, en ese mágico momento en el que por un momento me miro al espejo y  me veo como una REINA, sí, incompleta, como todos, pero una reina.

martes, 20 de enero de 2015

Cabreo "Acto segundo"

   Dicen que todo en la vida es empezar, que todo es como el rascar, que cuando empiezas ya no puedes parar, o como el estornudar, bueno, ese ejemplo dadas las circunstancias mejor lo olvidamos. Pero es cierto, al menos con el cabreo, porque una vez que reconoces que estas cabreada por algo, puf, malo malo. Algo en ti se desencadena, tipo efecto dominó, y se va abriendo esa caja de Pandora, que tan bien cerradita tenías por el bien de la humanidad y de tu propio pellejo, y escondida, y guardada, y enterrada bajo años de falsos o no tan falsos mensajes positivos, de falsas o no tan falsas convicciones, de sabios o no tan sabios consejos, pero a los que tú te aferraste uno y otro día para cerrar con todas tus fuerzas y lanzarla al fondo de donde sea que te llegara.

   Pero un día te atreves y, pum, declaras tu cabreo por algo, puede que incluso sea por algo de lo más tonto, da igual, pero verbalizas tu cabreo, gritas tu cabreo, y algo en ti te dice, te asegura, te da la certeza de que es sólo la punta del iceberg. Siempre me ha encantado esa metáfora, la punta del iceberg, es tan visual, tan vale más una imagen que mil palabras. La punta del iceberg.

   Hace unos días escribía sobre un cabreo, un cabreo concreto, que incluso me ayudó a soltarlo, a vomitarlo y a ayudarme así a normalizar la situación, mi espero temporal situación. Pero al día siguiente me dí cuenta de que sí, de que es cierto, de que todo es empezar, que cabrearse es también todo empezar. Cuando te permites, que ahí está la clave, cabrearte, todo es empezar. Cuando te atreves a mirar para tus entrañas, cuando eres tan valiente como para escarbar entre tus vísceras y cuando tu cuerpo te entrega la famosa cajita. Tan inocente, tan pequeñita, tan letal. 

   Y ahora viene cuando te preguntas qué haces con ella, con todo ese supuesto cabreo encerrado, cabreo que sospechas salpicará a todo y a todos. Pero, ah, ya tienes esa certeza, la certeza de tener esa mierda encerrada y ya, maldita sea, tienes una certeza más en la vida, como si no fueran suficiente las demás, o, a lo mejor forma parte de ellas, no lo sé. Y no lo sé porque no me atrevo a abrirla. 

   Permitirse, atreverse, ser valiente. ¿Va de eso? ¿En serio? Todos tenemos esa cajita enterrada, algunos harán como el que no sabe de qué estamos hablando, otros ni siquiera sabrán que la tienen y otros saben que ni locos la abrirían. ¿Para qué? Imagino que se preguntarán. 

   Pero para mí es tarde, no me valen ni las preguntas ni las respuestas, ni las de ahora ni la de todos estos años que me han convencido que era mejor no gritarlas. Por aquello de que es mejor no remover la mierda. Pero ya es tarde. Y ya es tarde porque el grito me ahoga, la martilleante certeza me ahoga y el cabreo no nacido me ahoga. Y estaré loca, o lorca, pero quiero pintar las paredes con mis cabreos, verlos todos como en una exposición, pasearme por la casa con las manos llenas de pintura y sangre, y verlos uno a uno, con sus tonalidades y sus texturas, con sus rojos y sus naranjas, con sus mierdas y sus luces, gritarles, escupirles, besarlos, odiarlos, amarlos y... de una vez, olvidarlos.

    Ya es tarde. 

   Ya es tarde. Señoras y señores, se ha abierto, la he abierto. La lista es larga, muy larga, muy muy larga. Por pudor ajeno, no por el mío, y por todos los que estáis salpicados me guardo la lista que sí voy a hacer, que sí voy a pintar. Quien se atreva a ver mi exposición que venga, pero, por favor, que traiga pintura, porque creo que no me va a alcanzar.

    Y, ah, una vez más no preocuparos, creo que una manita de pintura de vez en cuando nos viene bien a todos.
    Pero, eso sí, mientras tanto..... ¡OJO, QUE PINTO!  Y quien avisa...


domingo, 11 de enero de 2015

Cuatro tornillos, un estornudo y un cabreo.

   Hace 41 días estornudé. Sí, justo al levantarme estornudé. Un estornudo como otro cualquiera, porque no soy excesivamente exagerada cuando estornudo. No fue de esos que oyes al vecino de tres casas atrás. No. No soy de esas. Suelo ser comedida hasta para eso. Pero hoy no. Hoy no me da la gana. Hoy estoy cabreada.
 
Y estoy cabreada porque no puedo cabrearme, porque se supone que no tengo derecho a cabrearme, porque, después de todo, el estornudo sólo desencadenó una repentina operación de espalda. Y claro, eso no es para tanto, porque,  tal y como se empeñan en recordarme cada vez que alguien tiene la deferencia de venir a verme o llamar, de esto no me voy a morir y, claro, siempre pudo ser peor. Sí, señores, claro que pudo ser peor y claro que no me voy a morir de esto, de aburrimiento y de escuchar estupideces puede, pero de esto no.
   Y es que todo el que te quiere consolar, siempre saca a colación un vecino o un primo que se operó de lo mismo y te cuenta todo su periplo,  casi siempre con un mal final, por lo que no comprendo qué entiende esa persona por animar a una enfermita. O, todo un clásico,  está el que en su torpe afán de animarte te cuenta que el cuñado de fulano se acaba de morir con tu misma edad de un día para otro. Por lo que digo yo que, según su lógica, eso te debe de dar una alegría tan grande como para que se te pase el dolor por unos días.  ¿Pero qué clase de sádica se creen que es una para animarse con el sufrimiento ajeno?
   Bueno y lo mejor es cuando se les olvida que estás delante y se ponen a contar desgracias a modo de competición. Y todos parecen haber estudiado medicina, todos te dan su pronóstico y te dicen lo que debes o no hacer. Unos, que no te despegues de la cama, otros, que cuanto antes te muevas y dejes las pastillas mejor. ¡Señores, que tengo un maravilloso neurocirujano y un informe donde me ponen todas las pautas,  me pueden dejar un poquito tranquila por el amor de quien sea!
   Pero,  claro, no me puedo cabrear porque los pobres vienen para animarme y sería de muy mala educación mandarlos un poco lejos, tan solo un par de metros de mi casa, que tampoco sería tanto. Pero no, una no puede cabrearse, porque a una la educaron para no ir por la vida cabreandose,  sino para poner cara de aceptar y asumir lo que haya que asumir. Maldita educación postfranquista.
   Pero lo cierto es que estoy cabreada,  muy cabreada,  porque de un día para otro,  sí, esa corta franja de tiempo en que me recuerdan puedes perder tu vida,  en cierta manera y aunque sea, espero,  temporal, yo también he perdido la mía. Que no me vaya a morir de esto y que sí haya gente que se esté muriendo todos los días de otras cosas no me quita el dolor que siento al tan sólo darme la vuelta en la cama, o la impotencia de no poder hacer nada por mí misma, que hayan quedado interrumpidos mis proyectos en mi trabajo, en el teatro, en la Asociación, en mi vida. Que mi dormitorio parezca una farmacia y que tenga que dormir sola porque el más mínimo roce o desnivel de la cama me molesta y que a mi marido le dé miedo abrazarme para no hacerme daño. Y la soledad, bueno,  de esa mejor no hablamos.
   No preocuparos,  sé que es temporal, como casi todo en la vida, como mi cabreo de hoy. Aunque me da que nunca volvemos a ser los mismos.  Mi cabreo se irá,  mis proyectos volverán,  mi cama  otra vez tendrá ese calor que tanto necesito, pero mis tornillos, mis cuatro tornillos en la espalda permanecerán conmigo toda mi vida y con ellos lo mucho o lo poco que haya aprendido en este pequeño, aburrido y extraño espacio temporal, que hoy, desde mi cama,  se me antoja eterno.

                                                                      Marian, una artrodesada aburrida y cabreada más. 

domingo, 9 de noviembre de 2014

Y cada nueve de noviembre.

"Era feliz en su matrimonio aunque su marido era el mismo demonio. Tenía el hombre un poco de mal genio y ella se quejaba de que nunca fue tierno..."

¡Qué complicadas son las relaciones! Él, cuanto menos de difícil carácter, y ella, abnegada esposa, huérfana de amor y ternura, que oculta sus secretos como buena hija de vecino. Y... ¿eran felices? Por lo visto sí, eran felices.

Anoche, mientras preparaba la cena, escuchaba esta canción por no sé qué número de vez en mi vida. Y, como en las grandes obras, que esta lo es, nunca la ves igual, porque puede que tú no seas la misma y  ahora sí seas capaz de entender otras cosas. Ella es una mujer resignada con la vida que en "suerte" le tocó, y no, no voy a justificar que la historia suceda hace cuarenta años para entender su resignación. A diario veo gente resignada con esa misma "suerte". Ni seré yo quien la juzgue, o los juzgue. Cada uno labra su destino como mejor le parece o puede y porque además la receta de la felicidad no se sabe muy bien dónde está, si en luchar incansablemente o en aceptar. La cuestión es que ella ama a su marido y que probablemente sea feliz,  pero aún así la ilusión de enamorar, el gusto por gustar, el deseo de sentirse viva no desaparece. Y ahora recuerdo El arte de amar de Erich Fromm, que decía "el amado sólo puede representar aquellos objetos a los que amar". Obra que me regalaron por los ochenta y que, claro, tampoco entendí en su momento. Con la pasión de los veinte años piensas que la vida empieza y acaba en tu amor, y no entiendes que haya nada más al margen, nada más que amar, y, claro, así luego nos va como nos va. 
Hoy es nueve de noviembre. Y hoy me conmueve imaginar a ese hombre comprando ese ramito de violetas con el mayor de los sentidos de la palabra Amor. Él, en su torpeza y su tosquedad, sí sabe que ella necesita amar esos otros objetos que él sólo puede representar. Porque él tampoco sabe amarla de otro modo y también necesita sentir que la enamora otra vez. Porque él ha encontrado su propia receta para hacerla feliz y que su complicada relación funcione. Y porque, tal vez, lo importante sea como dice la canción "ser feliz de cualquier modo".




viernes, 10 de octubre de 2014

Vuelta a la vida, vuelta al teatro.

   Hoy, a la salida del trabajo y a punto de meterme en el coche, he visto a una compañera y amiga y he corrido hacia ella gritando: "¡He vuelto! ¡He vuelto!". Ella me ha abrazado y, entre risas, muchas, me ha preguntado si había vuelto de algún viaje astral y que, en cualquier caso, se alegraba de que estuviera ya entre nosotros. Después de reírnos un rato suponiendo e interpretando mis palabras, yo exclamé mirando al cielo "¡A la vida, a la vida, al teatro, al teatro!, ¡He vuelvo al teatro!, ¡He vuelvo al teatroooooooooo!". Ella, entonces, asintió, dándome con la sonrisa en la mirada esa aprobación cómplice que sólo una amiga teatrera como ella puede dar.
 
   Y sí, señores y señoras, he vuelto al teatro, que para mí es volver también a la vida. Porque hay tantos compartimentos en ella, tantos rincones que ventilar, que a menudo se nos olvida transitar por ellos. Sí, podemos engañarnos todo lo que queramos y decir y decirnos que esta vida que llevamos nos empuja y nos limita, que no deja de ser cierto, pero igualmente cierto es que la pereza, nuestra propia pereza, los hábitos, los que nosotros mismos elegimos, y la comodidad, te limitan mucho más. No nos mintamos, la mayoría de esos habitáculos que no transitamos son por decisión propia.
 
   Esta semana y después de demasiados años, demasiadas excusas, he vuelto a un grupo de teatro. Lo pensé y decidí de un día para otro. Ahora que lo pienso, las buenas decisiones de mi vida siempre las he tomado así, "a lo loco", imagino que tendrá mucho que ver con las intuiciones y con eso de  no pensar demasiado.
 
   Llevo sólo una clase, lo justo para recordar lo mucho que me gusta y lo viva que me hace sentir. Hacer teatro es jugar, es descubrir, es vivir. Entre esas paredes negras y en tan solo unas horas he abierto ya una habitación cerrada, la de la magia, la de puedo ser quien quiera ser. Tal vez, sea también la de la locura. No importa. Bendita locura. Bendita vida. Bendito teatro.
 
Marian (una teatrera).
 
 
 

viernes, 28 de marzo de 2014

Un año de amor

La próxima semana se cumplirá un año de la muerte de mi padre. El tan sólo verlo escrito me desgarra. El duelo según los psicólogos dura un año. Eso no es cierto. El dolor no desaparece. La soledad no desaparece. El enfado no desaparece. La rabia no desaparece. El vacío no desaparece. La orfandad no desaparece... Porque el amor no desaparece. No quiero que llegue ese aniversario, con la certera e hiriente certeza de que vendrá el siguiente, y el siguiente, y el siguiente. Como vinieron los de ella, mi madre. Porque eso sí que se aprende en los duelos, las certezas, las certezas de lo irreversible, lo irremediable y lo definitivo. Puede que sea una tontería, pero ponerle la etiqueta de un año es como sentirlo aún más lejos de lo que ya está. Perderlo aún más. Porque el tiempo lo desdibuja todo, y esa es otra certeza innegable. 


Esta foto se la hice yo hace unos años en una de esas escapadas a un pueblecito que tanto nos gustaba hacer. Es la única que he sido capaz de poner en mi casa. Porque debo reconocer que el duelo, los duelos, me han dejado incapacitada también para algunas cosas. Esta foto es la única que puedo mirar sin que me dé una punzada en no sé que parte del cuerpo o del alma. Quizás sea porque se las hice yo y de alguna manera me siguen mirando. O porque los veo felices. No lo sé. 
Lo cierto es que estoy muy enfadada, a veces conmigo, a veces con el mundo, y creo que a veces hasta con ellos. Según reza un cuento oriental, el enfado es la máscara del dolor. No me cabe duda de que en mi caso es así. Lo que no se le puede negar al duelo, ese periodo aceptable y políticamente correcto que la sociedad te da para pasar el dolor de una forma discreta, es que te va transformando exteriormente el dolor, te lo va matizando y le va dando otras formas mucho más aceptadas socialmente. Porque el dolor ajeno incomoda. Vivimos en una sociedad donde la muerte sigue siendo un tabú y poder expresar tu dolor sin incordiar, un privilegio. 
Aún así, hay algo que consigue burlar al duelo y al tiempo, que consigue perdurar a través de los años y los demás sentimientos... El amor. Todo pasa, todo se transforma. Pero el amor sigue. Y al menos esta certeza, que hoy me acompaña, me ayuda a sonreir cuando los veo abrazados en ese trozo de papel y me imagino que me dicen todas aquellas cosas que el tiempo sí me robó.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Vivir en rectitud

Hoy hemos vuelto con las preguntitas.  Esta vez no era ese alumno mío de 12 años que le parece esta vida una mierda. No, ha sido otro. Éste me ha preguntado: "¿Pero, profesora, qué es eso de la rectitud?". Claro, eso me pasa por comentar con ellos la película "El club de los emperadores" y lógicamente ese momento cumbre en que el profesor, que ya todos conocemos, cita a Sócrates y le dice a sus alumnos: 
“Lo importante no es vivir, sino vivir en rectitud”.

Yo, pobre de mí, por una educación en valores me veo así, sólo pretendía hacerles ver la importancia de una vida llena de honradez y de verdad. Sin embargo, no contaba con que la película tiene un tono pesimista, entremedias de los mensajes de la necesidad de honestidad y ética, subyace la idea de que por muy bueno que se sea, en el mundo a menudo triunfan la gente sin escrúpulos, sin importar cómo se consiga y a quien te lleves por delante. Por lo que me ha resultado en algún momento difícil reconducir el tema por la parte que me interesaba, a saber, que lo importante no es lo que se consiga, sino vivir en rectitud.

De ese modo, cuando aquel chico me preguntó, y debo decir que con cierto interés por la respuesta, que qué era eso de la rectitud, y tras haber agotado mis sinónimos de honestidad, honradez, integridad, dignidad y alguno que otro más, debo confesar que tuve que recurrir a ese truquito de profesor de devolverle la pregunta a los alumnos y le pregunté a ellos qué pensaban que significaba. Las respuestas fueron escasas y desacertadas, sobre todo, porque cuando empezaban a darle importancia a este valor, salió, esta vez sí, mi alumno "esta-vida-es-una-mierda" y haciendo honor a su nombre dijo: "¿Ves, profesora, como esta vida es una mierda? porque el que hizo trampas fue el que triunfó." Pero esta vez tenía ya una respuesta que me prestó un amigo y le dije: "Claro que, a veces, la vida es una mierda pero siempre merece la pena vivirla".

Al margen de que la respuesta no venía mucho al caso, otra vez se ha salido con la suya el niño y me ha devuelto la pelota. Este chiquillo intuyo que me va a dar mucho trabajo, porque al final soy yo la que vuelve a casa con las preguntas en la cabeza. Lo que es innegable es que lo de la rectitud tampoco está de moda. ¿Que por qué?...ah, esa es otra cuestión y, como siempre, más interesante que la respuesta.
Bueno, no me rindo, algún día, a lo mejor, tengo la respuesta perfecta...o no.

miércoles, 29 de enero de 2014

¿El mundo es una mierda?

Hoy en una clase y mientras hablábamos de la posibilidad de cambiar lo que nos rodea, un chico de 12 años me ha dicho que el mundo es una mierda. Y, claro,  yo ante tal aseveración poco menos que apocalíptica, he corrido como una loca para decirle que eso no es así,  y me ha faltado tiempo para darle todo tipo de argumentos,  algunos más manidos que otros, incluso algunos ñoños,  para convencerle de todo lo contrario. Supongo que se apoderó de mí un instinto de super madre protectora, aumentado y corregido con la locuacidad y verborrea de cualquier autora de libros de autoayuda. El caso es que ni siquiera creo que lo consiguiera. 
Luego,  de vuelta a casa, he estado dándole vuelta a sus palabras, pocas pero terribles, y a esa expresión de impotencia y resignación de su cara. ¿Realmente podemos cambiar el mundo? , ¿No es en el fondo esta vida una mierda? , ¿Lo que le dije lo pensaba o sólo lo deseo?...
Imagino que las respuestas pueden ser muchas y muy diversas, según experiencias, estados de ánimo,  hora del día o sencillamente interlocutor.  Quiero pensar que sí es posible, que sí  podemos cambiar, si no al mundo entero, el mundo de alguien y que esta vida no siempre es una mierda. Lo difícil será hacérselo llegar a él. En fin, esa será una lección más,  aunque intuyo que esta vez, y más que nunca, será el ejemplo lo que les llegue. ¿Cómo lo voy a hacer?...aún no lo sé.  Lo que sí sé es que soy tozuda y que a ese chico le tengo que insuflar esperanza, así que no reíros si ahora me veis ayudando a viejecitas a pasar el paso de peatones que está delante del colegio. ¿Por algún sitio tendré que empezar,  no? Jajaja

domingo, 10 de noviembre de 2013

La piel del otro

¡Qué difícil es sentir la piel del otro! Y mucho más, sentirse en ella. Eso que llamamos empatía creo que es una mentira más de ésas que nos han vendido para que lleguemos a ser buenas personas, buenos ciudadanos, buenos amigos de nuestros amigos. ¿De verdad somos capaces de ponernos en la piel del otro?... En este momento de mi vida, que, por cierto, es más optimista, alegre y vitalista de lo que pudiera parecer por semejante pregunta, creo que no, que decididamente no.
Y es más, me pregunto si la razón no será una extraña imposibilidad física que tenemos de tan siquiera comprender o aceptar que existen personas diferentes a nosotros, a nuestro Santo Yo. Y lo curioso es que podemos llegar a entender qué está sintiendo el otro, el alius, el ajeno, otra cuestión es si decidimos hacer algo o no ante eso, pero de ahí a aceptar que es diferente a mí.... Eso, eso sí que nos cuesta.
No sé si estaré siendo ingenua o sencillamente negativa, pero creo que es ésa, nuestra imposibilidad de ver y reconocer a los demás, las diferencias de los demás, nuestro peor mal. Es más, incluso cuando creemos que lo estamos haciendo no es más que el fruto de un fatigador esfuerzo del que más pronto que tarde nos cansamos.
No es que piense que es imposible pero, tal vez,  siendo conscientes de esa tara emocional o física que nos limita sea más fácil predisponernos a ese esfuerzo. Quizás la ingenuidad sea pensar que la empatía es algo normal y al alcance de todos, que todos aceptamos alegremente que somos diferentes y que en realidad no nos conocemos. Nos juzgamos, calificamos y etiquetamos según somos, sentimos y pensamos. Y somos tantos y tantos, que así no hay manera.
Es una utopía poder ver al otro tal y como él o ella se ve, poder meternos  en su piel y entender a la primera lo que siente, lo que dice y por qué lo dice. Pero no lo es, o no debería serlo, el aceptar a estas alturas alguna que otra limitación más, a saber, que somos menos sabios de lo que nos creemos, menos buenos de lo que nos pensamos y que no siempre llevamos razón. Así que, aunque sea agotador y, a veces, doloroso, intentar ponernos en  la piel del otro puede ser una aventura de la que aprender. Seamos valientes. No es fácil.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Poema de El Lobo Bobo



                                                                                         Francisco Piniella

domingo, 27 de octubre de 2013

Lo que me gusta de los libros

 
Me gustan los libros. Me gustan mucho los libros. Y lo que más me gusta de ellos, es que da igual que leas uno en el que hayan mimado cada párrafo, que sientas cómo se acomodan las palabras para producirte esa caricia en el momento adecuado. Y saborear el gusto de cada palabra por el simple hecho de pronunciarla, de sentirla, de leerla, de ver cómo una detrás de otra componen la más bella de las estructuras. O, por el contrario, puedes encontrarte con esos libros en los que, quizás para contar la más bella de las historias, sólo han dejado deslizar por el papel las primeras palabras, sin importar cómo cayeran. Pero eso da igual. O casi. Porque cada libro me desafía con finales que, a veces, me parecen imposibles, con dudas de los protagonistas que hago inmediatamente mías, con posibles situaciones con las que me podría encontrar mañana y con respuestas que no dejo de cuestionar. Puede que sea mi carácter obsesivo, ése de no parar hasta arrancar la reja, o como sea el refrán. Pero la verdad es que poco me importa la calidad del libro cuando a psicoanalizarlo me dispongo. Anoche acabé uno y, como es habitual en mí, me he llevado todo el día intentando dar mis propias respuestas a las situaciones a las que se encontraba la protagonista.
En este caso y en cierto capítulo, ella se martiriza con cada detalle que tiene su pareja para con ella, porque piensa que es fruto de la culpabilidad que siente por una infidelidad del pasado. Nada del otro mundo, lo reconozco, pero a mí me ha dado para autofilosofear (si es que existe o existiera la palabra) y valga la redundancia, con una misma, todo el día. Y aquí es donde yo quería llegar. El libro, la novela en cuestión, que precisamente no es que  resalte por su calidad literaria, me ha servido para llegar a una conclusión, claro está después de una larga serie de preguntas. ¿Por qué valoramos tan poco las acciones que provienen del sentimiento de la culpabilidad?, ¿No es un sentimiento como otro cualquiera?, ¿Somos capaces de diferenciar qué nos mueve a realizar cada una de las acciones de cada día?, ¿De verdad creemos que las buenas acciones no están exentas de interés ninguno?... Es muy difícil saber qué te lleva a hacer cada cosa. Por culpabilidad hacemos muchas cosas al día, porque lo de la culpa lo llevamos en la sangre, y nos sentimos culpable cada vez que creemos no estar respondiendo a las expectativas del otro. Pero, claro, cuando la culpabilidad es del otro no solemos ser tan generosos, y rechazamos todo lo que venga de ella. Claro, nadie nos ha dicho que ser coherente sea fácil.
Así que lo que más me gusta de los libros, como de las buenas películas, es esa larga lista de preguntas que yo mismo me impongo a modo de deberes y que hasta que no les doy respuestas son mis compañeras fieles. Ellas con sus respuestas me ayudan a replantearme desde una simple opinión a mi opción de modo de vida. Me ayudan a reciclarme, a cuestionarlo todo. Y, al final, siempre gano. Unas veces porque me reitero en mis pensamientos y forma de ver la vida, y otras, porque me doy cuenta de lo terriblemente equivocada que estaba. Y, ahora que lo pienso, no sé qué me gusta más que me pase....
Vuelta a las preguntas, en fin, lo pensaré esta noche y ya os contaré. Y mientras, a seguir leyendo.
 

sábado, 6 de abril de 2013

El olvido que seremos

Hoy las palabras no son mías.Os dejo el enlace al blog de mi hermano.
Hoy hemos echado al aire las cenizas de mi padre.
Hoy es libre.

"El olvido que seremos"

lunes, 25 de marzo de 2013

Papá, cuéntame otra vez...

Hace unos días he podido disfrutar otro año más de un concierto, aquí en Sevilla, de Ismael Serrano. Para los que tenéis en estos días la suerte o desgracia de vivirme de cerca, supondréis que habré tenido que hacer algún que otro "encaje de bolillo" para asistir, pero bueno a estas alturas y también en estos días por fin aprendo que lo bueno bien merece la pena o las penas. Debo confesar que aunque, como diría mi amiga Yolanda, me había subido "al tacón" para dicha ocasión, iba realmente predispuesta a llorar. Y no me refiero a emocionarme echando una lagrimita con la primera canción que cantara. No. Me refería a darme la pechá, a hartarme, a que se me corriera el maquillaje, a que al día siguiente no pudiera ponerme las lentillas de lo hinchados que estarían los ojos, a molestar al de al lado con el jipido de la llorera, a montar un número, en fin... a quedarme verdaderamente a gusto.
   Y es que yo, en mi infinita sabiduría, estaba convencida de que refugiada en la impunidad de la oscuridad, rodeada de desconocidos y escuchando a ese hombre cantando, recitando o simplemente hablando, porque dicho sea de paso, le encanta oirse, tarde o temprano me arrancaría una lagrimita y el resto vendría por sí solo. Que qué es el resto os preguntaréis, pues todo un océano de lágrimas que también en estos días no encuentran momento ni lugar oportuno para salir, aunque sobren las razones. 
    Pero eso de planear nunca se me ha dado bien. Así que una vez más "mi gozo en un pozo". Porque aunque parezca mentira no lloré, vamos no lloré de pena, que era el plan, claro. Porque de la risa me harté, me dolía la barriga, la cara y todo el cuerpo de reírme.
   Y es que mi plan tenía más de un cabo suelto, el primero era que de repente me di cuenta de que me daba mucha pereza ponerme a llorar, vamos, que no tenía en realidad ninguna gana, y la segunda fue el no contar con que a cada flanco de mi butaca tenía a dos grandes amigos, de esos con los que afortunadamente te vuelves un poco niña y te entran ganas de reirte de todo y de repente no te da vergüenza de nada. Bendita amistad. Así que  debo confesar y esta vez no a mi pesar, que mi plan fracasó. Fue una velada estupenda, disfruté de las canciones, de los amigos y descubrí varias cosas que ya intuía, que pese a todo prefiero reirme, que incluso en estos días se puede y se debe elegir la risa y la alegría. Y que, hasta que pueda, esté o no, me oiga o no, le seguiré cantando a mi padre "Papá, cuéntame otra vez esa historia tan bonita..."


 

miércoles, 24 de octubre de 2012

¡Hoy cumple mi niña otro añito más!

Hoy cumple mi niña otro añito más, y ya son cuatro.  Llegó a mí tal y como la veis en esta foto, con apenas dos meses y no abultando más que una bobina de lana negra, que era lo que parecía. Llegó un 31 de diciembre de 2008, como la última oportunidad de un año que tanto me había quitado y que tanto me debía.

Nunca me habían gustado los perros y nunca, ni de pequeña, había soñado con tener uno, pero en esas Navidades estaba cansada, demasiado cansada para sentir incluso miedo de una responsabilidad tal. Debo confesar que el traerla a casa fue un acto absolutamente egoísta, no tenía ni idea entonces de lo que supondría ni para ella ni para mí tenerla en casa. Ese día sólo pensaba en cómo podría soportar aquella noche en la que entraba un nuevo año, un nuevo y primer año en el que la ausencia de mi madre pensaba no me iba a dejar respirar un minuto más. Así que aquel día poco o nada pensé en ese ser que entraba por mi puerta llena de miedos y desorientada. Sólo veía la mejor forma que se me había ocurrido de olvidarme de qué día era. Lola, la nueva habitante de la casa, pasó creo que una de sus peores noches, porque, como ya he aprendido luego, el ruido de los petardos le dan mucho miedo, y claro de una nochevieja qué íbamos a esperar. Todo esto unido a que era su primera noche en una casa que no conocía y que me empeñé en que durmiera en la cocina. La pobre, sólo espero haberla recompensado en tantas otras noches que nos hemos quedado dormidas acurrucadas en el sofá.
 
Y esa noche pasó, fue muy mala para las dos, pero fue lo primero que pasamos juntas, lo primero que me ayudaba a superar. Decir que fue lo mejor que me trajo aquel año es quedarse corto. Con ella he aprendido tantas cosas que es imposible sospecharlas si no tienes un animal al lado. Aún no sé muy bien lo que yo habré aportado a su vida pero sí sé muy bien lo que ella a la mía. Ha sido todo un descubrimiento, su inocencia, su lealtad, su ternura... su incondicionalidad, en una sociedad que deja tanto que desear. Algunos amigos, todos ellos sin la experiencia de un animal en casa, me han mirado de forma extraña, como si se me hubiera ido la cabeza, cuando les he dicho que mi perra me cae mucho mejor que muchas personas que me rodean. Y no, no se me ha ido la cabeza, ni la he humanizado, pero la considero yo y el resto de mi familia como un miembro más. Porque lo es y porque se lo ha ganado a pulso. Es, por más de un motivo, la pequeña de la casa y esta noche, con ella acurrucada en mi falda y menos que nunca, quiero imaginar nuestras vidas sin ella.

Ella es Lola, nació perra, como yo mujer, pero en el fondo, como con casi todos, es más lo que nos une que lo que nos separa. Y como esto pretende ser toda una declaración de gratitud y amor: Gracias, Lola. Te amo. ¡Feliz Cumpleaños!

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Cuatro Corbachos o recuerdos de una historia.

   Esta historia se remonta allá por el otoño de 1980. Recuerdo estaba sentada en un sofá de sky amarillo, de ésos que le saltaban los botones y con flequitos en la parte de abajo, en la casa de mi abuela Paca en Palma 7, barrio La Viña, por supuesto, y se me acercó mi prima Mari. Era un domingo como tantos en los que la primera visita era siempre para mi abuela Paca, la madre de mi madre, que había vivido toda la vida en esa casa, acompañada ya por entonces sólo por mi tía Carmela, a la que yo siempre he llamado tata y que, como dice ultimamente, ha heredado su rinconcito en el salón.Yo tenía 11 años y recuerdo cómo mi prima me contó, mientras mis padres hablaban con mi tía y mi abuela, un gran secreto. Me dijo que iba a ser mamá, pero que no lo contara. La noticia me fascinó. Mi prima Mari por la cercanía de edad y, sobre todo, por la física, siempre ha estado muy unida a mi vida. Así que no podría hacer recuento de los grandes momentos de mi vida sin su presencia, sin su apoyo, sin sus consejos... sin su amor. Imagino que el motivo de que fuera "secreto" era mi abuela y su delicado estado de salud. De hecho, ese mismo otoño nos dejó, sin llegar a conocer a su bisnieta.
   Mi prima, como es lógico, empezó a engordar y a mí y con mi edad me parecía la barriga más grande del mundo. Recuerdo tantas tardes de paseo y de meriendas con mi tata, mi madre y nosotras dos. Ella con un pichi azul que se ponía muy a menudo y que a mí me impresionaba sobre manera porque no podía imaginar que la barriga de mi prima, con lo delgada que siempre ha estado, pudiera estirar tanto. Fueron meses de tricotar jerseys de lanita, vestiditos, mirar embobadas el escaparate de la tienda "Goya" y ver cómo todas se ponían cada vez más nerviosas con los preparativos. Un punto de discordia fue el nombre que llevaría la niña, porque no lo he dicho, pero por supuesto entre tanta Corbacho fémina no podía ser otra cosa que niña. A mi prima  le prestaron un libro de nombres y aquello terminó siendo un concurso. Todas las tardes hablábamos de nombres diferentes, ninguno tradicional, por lo que mi tata y mi madre siempre nos miraban con esa cara que sólo ellas sabían poner de desaprobación nada enmascarada. Había varios favoritos, como Priscilla, pero mi tata decía que cómo le íbamos a poner a la niña "presilla", y entonces mi prima comprendió que era mucho nombre para el barrio de La Viña, así que se decantó por Virginia, que aunque suele perder la "r" con facilidad acompañado de cierta aspiración exagerada, pasa más desapercibido.
   Y la niña nació un 1 de Julio, preparada ya para ir a la Caleta. Mi tata les decía a las vecinas que era muy pequeñita, luego comprendí que era una estrategia suya para que se sorprendrieran cuando la vieran. Y es que Virginia era una bebé precioso y desde luego para los que la conozcais os podéis imaginar que pequeña, lo que es pequeña, no era. A mí que no había tenido la oportunidad de tener niños pequeños cercanos en la familia (es lo que tiene ser la pequeña de la hija pequeña de doce hermanos), fue toda una experiencia. La niña era sin duda monísima pero lo que más recuerdo era lo que lloraba, a mí no me parecía normal. Se cogía unos berrrinches increíbles y se ponía morada. Hoy y conociendo sus "corajes" no me extraña que ya desde pequeña le dieran. Recuerdo cómo un día en la plaza  Mina, sentadas todas en un banco, se puso morada de tanto llorar y dejó de respirar. Se quedó como congelada, buena ella sola no, ella, su madre y yo. No sabíamos qué hacer, hasta que mi madre con toda la tranquilidad la cogió por los pies y la zarandeó todo lo que pudo y más, porque claro a corajes tampoco nadie la ganaba, y una bebé no le iba a rechistar, por muy Corbacho que fuera. Creo que aquello fue el inicio de su gran amistad, del gran amor y complicidad que se tuvieron las dos siempre. Incluso hoy, que ella, mi madre, ya no está, siguen de alguna manera juntas. Y es que fueron muchas las tardes de paseo, muchas las noches que dormía en mi casa y muchas las comidas en el campo.
   Con Virginia he compartido muchas cosas, venía de paseo conmigo cuando tuve mi primer novio, dormíamos juntas, bailábamos hasta que la vecina de abajo subía a protestar, heredó mis Nancys, mi Leslie y hasta mi Lucas (madre mía, qué tiempos). Y la niña siguió creciendo, bueno, a veces me pregunto si ha parado alguna vez. Porque ella es grande, grande como la Luna. Grande su corazón, su generosidad y su bondad. Y ahora cuando algo le duele mucho ya no se queda paralizada y morada de llorar, porque ya ha aprendido a luchar por lo que quiere. Y lo ha conseguido. Ha aprendido muchas cosas en estos años, algunas me gustaría pensar que han sido de aquellas cuatro Corbacho que siempre la han rodeado, la hemos rodeado.
   Pasado mañana se casa, empieza una nueva etapa que, como la vida misma, estará cargada de cosas buenas y de otras no tanto. Y quiero recordarle que, aunque ahora tenga a su lado otras personas como su hermana, sus amigos, su marido, de alguna manera seguiremos ahí las cuatro, las cuatro Corbacho, las de los paseos interminables por la calle Columela, dispuestas a  arroparla en todo como entonces y listas para darle, si es necesario otra vez, un zarandeo si se le olvida que  la Vida hay que disfrutarla a pleno pulmón.

lunes, 19 de marzo de 2012

Mi anónimo

He recibido en la entrada anterior el comentario de un anónimo que me gustaría compartir con vosotros. Dice así:
"No me busques, ya no vivo allí... Animado por tu ejemplo, y queriendo romper definitivamente con mi pasado, dejé de ser un "llorón"... Me dejé talar, morí... Y renací a una vida de felicidad infinita, ahora formo parte de tantas y tantas cosas buenas... Estoy en el centro de un polo al que un niño ansioso da el primer chupetón, conmigo los niños hacen construcciones de mil palillitos en los que me he convertido, soy una cruz, que, vestida convenientemente, es el alma de una cometa que vuela como tú, estoy en la caseta de tu perra, en el revestimiento de tu casa, tu furgoneta, en el suelo que beso cuando tú lo pisas...
Gracias, Marian, yo también aprendí de ti...... y cambié...... a mejor."
(Tu anónimo)

domingo, 18 de marzo de 2012

Siempre nos quedará Paris (2ª y última parte)

El árbol que tú olvidaste
siempre se acuerda de ti,
y le pregunta a la noche
si serás o no feliz.
El arroyo me ha contado
que el árbol suele decir:
quien se aleja junta quejas
en vez de quedarse aquí.
Al que se va por el mundo
suele sucederle así.
Que el corazón va con uno
y uno tiene que sufrir,
y el árbol que tú olvidaste
siempre se acuerda de ti.

"El árbol que tú olvidaste", Atahualpa Yupanqui
Pdta: Lo hice. Casualmente había una silla colocada a su lado, la que sale en la foto. Debe de ser que tiene mucho trabajo. No me extraña, el tío es muy bueno en lo suyo. A mí ya me ha dado el alta, así que dejé la silla en su sitio para el próximo que se anime. Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado. Ánimo.

martes, 21 de febrero de 2012

Siempre nos quedará Paris

Dentro de unos días me voy a Paris. Vuelvo otra vez a sus calles, a sus parques, a sus rincones después de justamente 10 años. Y si es verdad lo que dicen de que 20 años no es nada, 10 deberían ser mucho menos, pero creo que por esta vez no es cierto. Imagino que para la vida de cualquiera 10 años son muchos, pero aún lo son más si suponen cierta barrera en el tiempo y en tu mente, es decir, si tu vida es sustancialmente no ya muy diferente, sino otra, sencillamente otra, porque como tal te sientes.

Paris desde aquel 2002 en que la visité ha sido para mí un referente, un sitio obligado al que volver, incluso con cierto caracter sagrado de peregrinación, porque en un época me refugié en la idea de volver a pasear triunfante por aquella ciudad, porque un día soñé con ser un árbol de los jardines de Luxemburgo, un sauce llorón al que alguien redimía de tanta soledad y que me obligaba a verme desde el otro lado. Dicho así, supongo que es difícil de entender, tal vez es más fácil si cuento que en aquella ocasión me sentí terriblemente desdichada y que en aquel jardín, el de Luxemburgo, me atreví, por primera vez, a dejar de mirar para otro lado. Y es que sentirse sola en Paris es verdaderamente terrible, toda una tragedia digna del mejor culebrón. Tal vez por eso lloré tanto cuando Carrie Bradshow en aquel capítulo se va a vivir a Paris (maldito Sexo en Nueva York) y descubre que no hay nada más desgraciado que no sentirse amada en la "ciudad del amor"(maldita decisión y maldito viaje).

En fin, tengo entendido que al sitio que has sido feliz no debes tratar de volver, así que si aplicamos la lógica, se supone que sí debes hacerlo donde no lo fuiste. Pues, nada, allá que voy. Sé que los sitios son los mismos, que somos nosotros, nuestras circunstancias y nuestras miradas las que los cambian. No espero que nada más bajar del avión me inunde una oleada de felicidad ñoña y romanticona (¡Qué horror!), ni sentirme pletórica a cada paso que dé (¡Qué cansancio!), ni que todo me parezca por arte de magia bonito (¡Qué pedantería!). No. Se trata, nada más y nada menos, de "saldar" cierta deuda pendiente con una servidora, de darme a mí misma una palmadita en la espalda, de ponerme delante de aquel sauce (¡A ver quién es la guapa que encuentra el mismo!) y contarle que lo hice, que en aquel entonces me morí de miedo pero que aún así lo hice, que soñé con cambiar mi vida y que lo hice, y que me propuse venir a contárselo y que lo hago. No sé si el sauce tendrá algo que decir al respecto, yo con dejar de soñar con él tengo bastante. Recordemos que me acabo de hacer una mujer mayor, vieja y libre, y ahora, por fin, en mis sueños las princesas persiguen a los lobos, las reinas nos salvamos solitas y, sobre todo, los árboles (malditos árboles sicoanalistas) no tienen la costumbre de meterse en la vida de nadie.

Mucho más divertido, ¿no creéis?

domingo, 22 de enero de 2012

¡Me acabo de hacer mayor!

Pues sí, lo acabo de decidir, ya me he hecho mayor. Porque para qué esperar, no tiene sentido, tanto tiempo dándome miedo eso de qué será hacerse mayor y de repente, cataplán, ya lo soy. Igual no es una cuestión de querer serlo o no, pero yo soy muy voluntariosa, y por qué no decirlo muy cabezota, y si yo digo que me acabo de hacer una persona mayor, quién me va a llevar la contraria, quién me va decir que no puedo ser lo que yo quiera ser, eh? Bueno, seguro que muchos, pero eso no viene al caso.


La cuestión es que me he comprado una agenda estupenda, ésa de "La agenda de las mujeres", que este año se llama "Viejas y Libres". En cuanto que vi el título comprendí que estaba hecha para mí, porque cada día me encanta más la palabra vieja y porque cada día me siento más libre. Creo que es un tándem magnífico ser vieja y libre, como no puede ser de otro modo. Encuentro tan liberador gritar "¡Soy una mujer mayor, soy una mujer libre!", que traducido resulta "¡Ten cuidaito conmigo que sé muy bien quién soy!". Y es que no hay nadie más poderoso que una mujer que sepa perfectamente lo que quiere y a dónde va, aunque eso siga suponiendo hoy día un inconveniente más a resolver. En cualquier caso, la autenticidad para una persona mayor, como lo soy yo, ya no es una opción, así que afrontaré las situaciones, que sé van a ser muchas, que provoquen éste mi nuevo estado.


Sin más que anunciaros, me podéis seguir llamando Marian, Angelita o MªÁngeles, guardad aún el "Señora" para un poco más adelante, para cuando me haga viejecita, que es un grado más y al que por falta de sabiduria creo que aún no llego.




Atentamente, just an older woman.


domingo, 27 de noviembre de 2011

Cosas que aprendí de mi hermano

No recuerdo cuál fue el primer momento en el que tuve consciencia de tener un hermano, aunque sí de la sensación que me producía hablar de él. En el colegio ya me gustaba presumir de que tenía un hermano grande, y es que ocho años marcaban entre nosotros una gran diferencia.

Eso unido al ser niño y niña, con todo lo que conllevaba en aquella época, donde cada uno se educó en colegios donde el otro sexo sólo se veía por las ventanas. Recuerdo que ya entonces, en el colegio, mis compañeras me acusaban de que mi hermano, el grande, me hacía los deberes, y eso me pasaba por hablar tanto de lo bien que él lo hacía todo. Aunque debo reconocer que el famoso premio Coca-cola del colegio sí que lo gané gracias a los consejos que me dio la noche anterior y de una cita que me dijo de un tal Gandhi, que yo no sabía quién era, pero que me la aprendí de memoria, por si acaso, y que resultó ser clave para ganar el concurso de redacción. Creo que esto nunca se lo dije a él, así que igual es buen momento para agradecerle el tiempo que me dedicó esa noche. Porque cuando yo aún estaba en mi cole de monjas, él ya iba a la facultad, por lo que imagino que yo debía parecerle una niña pesada y algo consentida. Con el tiempo fui aprendiendo cosas de él y hacerlas mías, como su gusto por Silvio Rodríguez, su amor a Triana, del que heredé también su poster, porque no lo he dicho, pero mi primer dormitorio fue el suyo y me explico. Mi casa era pequeña y no podíamos tener el lujo de tener tres camas abiertas durante el día, así que yo dormía en el cuartito de estar en una cama de esas que salían del mueble, y cuando digo cuartito no es sólo por amor a su recuerdo. Y no fue hasta que mi hermano empezó a hacer las prácticas de su carrera como marino cuando yo pude tener mi propio cuarto, y no uno cualquiera, sino el cuarto de mi hermano, el grande. En la herencia iba el mencionado póster de Triana, una estantería que me parecía enorme y que desafíaba a la gravedad, un buró con su cajita de minerales que me encantaba mirar y un armario que escondía en el revés de sus puertas pegatinas y recortes desde el PCE hasta poemas de Alberti. Ese cuarto me parecía mágico y me había sido prohibido por mucho tiempo, o, al menos, era mi sensación cada vez que entraba. No consigo recordarlo sin ver a mi hermano sentado en el buró estudiando durante horas, horas y horas con un flexo negro que también tuve la suerte de heredar. Mi iniciación a la literatura también se lo debo a él, me regaló El Principito en unos Reyes y me daba a leer libros de su mágica estantería, a saber, de Herman Hesse, de Nietzsche, vamos lo que leía cualquier niña de mi edad en los años 70. Ahora que lo pienso igual era por eso que mis compañeras no entendían muy bien de lo que les hablaba.

Pero el tiempo pasó, las inocencias pierden su frescura y todo parece dicho, sabido, y lo que es peor agradecido. Tal vez, hoy, un día normal y corriente es el momento de agradecerle a mi hermano por haberme enseñado a coger una tortillita de camarones de la Guapa sin quemarme, a subirme sin caerme a un colchón hinchable en la playa la Victoria, a esperar a que de pequeña yo almorzara primero por aquello de lo mala que era para comer, a formar equipo con él y convencer a mamá para irnos de vacaciones en verano, a tener un referente en la vida, junto a mi padre, de lo que significa ser una persona honesta, a valorar el esfuerzo y el trabajo que, yo con mis propios ojos, veía todos los días en casa con su ejemplo. Y, por supuesto, una vez revelado el secreto, gracias por haberme ayudado a ganar aquella redacción y aquel concurso, y haberle dado en las narices a todas esas compañeras envidiosas de no poder tener, como yo, un hermano grande, pero GRANDE, GRANDE.


Gracias, Paco.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Hard Rock Café en Minneapolis

   Hard Rock Cafe in downtown Minneapolis is closing

The Hard Rock Cafe in downtown Minneapolis is closing Sept. 30.

The Hard Rock Cafe in downtown Minneapolis is closing Sept. 30.


 Así lo anunciaban ya los periódicos de Minneapolis y St. Paul, el Hard Rock Café cerraba a final de septiembre. Pero mis compañeros y yo tuvimos, entre otras, la suerte de conocerlo, aunque fuera en sus últimos días.
Nos hemos traído muy buenos recuerdos de nuestra estancia en Minnesota, pero aquel almuerzo y creo que en eso estaremos los tres de acuerdo, fue el mejor. El local estaba prácticamente vacío y comparado con otros locales del Hard Rock Café no era especialmente espectacular. Y os lo digo con cierto criterío, ya que soy fans de estos locales y siempre que hay uno en una ciudad nueva que visito, allá que voy a conocerlo. Pero esta vez sin duda lo que me cautivó fue su personal. Nos atendieron dos camareros simpatiquísimos y para que nos sintiéramos más cómodos "sacaron" de la cocina al cocinero que era hispano.





Estuvieron hablando con nosotros y gastándonos bromas. Nos colmaron de detalles hasta el punto de que Steisy, una camarera encantadora, americana por los cuatro costados, nos obsequió con unos regalitos de la tienda, la cual previamente habíamos "saqueado", ya que por motivo del inminente cierre estaba todo al 50%. Y, claro, ninguno de los tres nos pudimos resistir (aunque alguno que yo me sé se hizo un poco duro al principio,,jajaja)

En general, tengo que decir que la gente allí es muy amable y que allá donde entrábamos nos trataban con mucha amabilidad y siempre se esforzaban por entendernos y hacerse entender, que no siempre era fácil (por aquello del mito de la patata en la boca, que a veces casi que lo parecía).
Así que aunque esa guitarra ya no esté colgada  y haya dejado paso y espacio a un gran casino, estoy segura que cuando mis amigos y yo cerremos los ojos y recordemos Minneapolis, la veremos allí y sentiremos el mismo cosquilleo que cuando la vimos y saltamos debajo de ella como tres adolescentes.

Yolanda, Fernando y yo con el cocinero.

Fernando y yo con Steisy.


lunes, 19 de septiembre de 2011

En Minnesota

   Durante estas dos semanas me vais a encontrar en:


No os lo perdáis, diversión asegurada,, jajajaja.

viernes, 8 de julio de 2011

Fin de curso, despedida y cierre

Bueno, ante todo deciros que, como muchos ya sabéis, sobreviví al bicho ese malo malo que me picó. Y si de sobrevivir hablamos, deciros también que he sobrevivido al final de curso, que no ha sido poca cosa. Podría deciros, por si alguien me ha extrañado, que no sé yo si  ha sido el caso, que no te tenido tiempo para nada, que por otra parte no es mentira, pero es que el poco tiempo que he tenido lo he dedicado a..., lo he dedicado a..., bueno, no sé muy bien qué decir, creo que lo he dedicado a quejarme de lo cansada que estaba, de las tonterías que ponían los niños en los exámenes, del calor que hacía para estar aún en junio, de la cantidad de papelitos que hay que hacer para cerrar y abrir un curso escolar, etc. Uffff, paro que me hiperventilo. Pero bueno, por fin, acabó el curso, y no tengo la sensación de otros compañeros de que haya pasado pronto. Imagino que necesitaba y necesito unas vacaciones. Acabo de tomarlas y, como siempre, necesito unos días de tránsito para que mi cuerpo también se entere de que él y yo estamos de vacaciones, y se relaje de una vez.
El verano promete, Cádiz, Francia, Italia y, como fin de fiesta, Minnesota (de esto ya hablaré en otra ocasión). En fin, estoy segura que recargaré las baterías, sólo espero que me cunda y no martirizar a mi marido con mi típica frase de finales de Agosto: Uy, se me han pasado volando estos dos meses. Porque entonces comprenderé que él me mire con cara de asco y piense: A ésta la ponía yo a descargar un camión en pleno mes de Agosto y a ver qué le parecían luego sus vacaciones.

Besitos from Cádiz (de momento), y voy a ponerme una rebequita que creo que tengo hasta frío,,jajaja.
Es lo que tiene mi Cadi.

miércoles, 15 de junio de 2011

¡Ay de mí, por un bicho me veo así!

Pues sí, señoras y señores, por un bicho me veo así. Por lo visto me ha picado en el tobillo izquierdo (cómo no) un mosquito rarito, una arañita o vete tú a saber qué clase de bichito y se me ha infectado todo el pie y parte de la pierna, por lo cual tengo a ambos con hinchazón, picazón y un dolor nada agradable. La médico que me ha visto, Tania, una cubana encantadora y espero un poco exgerada, me ha puesto el cuerpo malo avisándome de todo lo que me puede pasar si no guardo reposo absoluto con la pierna levantada. Así que me ha mandado todo tipo de medicamentos, desde antibióticos (plus por supuesto), hasta cortisona, corticoides y antiinflamatorios. Y yo que soy muy bien mandada (ironía), pues aquí me hallo en mi lecho de..., mi lecho de... persona-picada-porbichoraro-que-intenta-no-cabrearse-mucho.
Y es que tiene tela que un bichito haya conseguido pararme en seco, cuando llevo una temporadita que no paro ni para...., vamos, para nada. Y ahora que lo pienso tal vez mi cuerpo se haya aliado con el susodicho y hayan planeado este "ataque" para dejarme fuera de servicio durante unos días y reflexione, como los niños cuando se les castiga, sobre qué estaba haciendo bien o mal para haber llegado hasta aquí.
En fin, querido bichito anónimo (más ironía), gracias por recordarme cuán frágil es el cuerpo humano y por, tenga o no que ver, obligarme a parar, mirar alrededor, dentro y fuera, escuchar a mi cuerpo y pensar en cómo me estoy tomando últimamente todas las cosas que me pasan en la vida.
Pues eso, mi pie, mi pierna y el resto de mi cuerpo y mente te damos las gracias, bichito (bichito raro raro).

jueves, 26 de mayo de 2011

Las Bananarama

Nos conocimos en el otoño del 87, con nuestros 18 años alguna que otra sin aún cumplir. Cada una venía de un sitio y un mundo diferente pero nuestros apellidos y el azar hizo que coincidiéramos en la misma clase. Se abría ante nosotras la Facultad, y no cualquiera, sino la Facultad de Filosofía y Letras, con su olor a naranjos, y con ella se nos abría la vida, dejábamos de ser adolescente y contemplábamos atónitas todo lo que la vida nos presentaba. Eran tantos los sueños, tantas las opciones que torpemente, de la única manera que se puede hacer a esa edad, fuimos descubriendo, rechazando y acogiendo lo que desde el corazón (o el estómago) nos parecía lo mejor. Y cuántas veces nos equivocamos,  tantas como tardes en las que nos veíamos en cónclave urgente para secar las lágrimas de la otra, intercambiar consejos femeninos  o simplemente reírnos juntas de todo lo que hacíamos mal. Porque juntas las tres, Ana, Marichu y una servidora conseguimos grandes cosas, a saber, que el dolor de las rupturas fuera menor, a llevarte mejor con tus padres (vamos, que te dejaran salir hasta más tarde, y es que tres cabecitas siempre han pensado más que una), a que el Esbozo de la Real Academia entrara mejor, a saber combinar la ropa, a ponernos bien la raya del ojo y, sobre todo, a hacernos sentir que nunca estábamos solas, porque siempre nos teníamos las unas a las otras. Los hombres podían pasar, pero nosotras siempre estábamos ahí. De hecho, en la Facultad nos llamaban las Bananarama, porque éramos una rubia, una morena y otra con su eterno tinte caoba, y siempre estábamos juntas. Forjamos en esos años una amistad incondicional, luego la vida y sus grandes ideas nos fue separando, pero sólo espacialmente.
Más tarde he tenido la suerte de tener otras grandes amigas, pero con ellas nunca podré volver a compartir aquella juventud, aquellas risas, aquellos llantos, una época en la que todo lo que nos pasaba, nos pasaba a lo grande. Hoy día la distancia me impide compartir con ellas lo cotidiano. Marichu siempre ha estado en todos los momentos buenos y menos buenos que la vida me ha ido trayendo, sin embargo, con Ana no tengo la misma suerte. Se nos marchó un día a Londres en busca de su amor y de su vida, y junto con ellos encontró también la felicidad. Y es precisamente por ella por la que hoy escribo esto, en un par de días es su cumpleaños y está pasando por momentos difíciles, intentando, como ella dice, superponer momentos alegres a una tristeza y un dolor que se antoja eterno. Nadie nos dijo todo lo que venía detrás, todo lo que implicaba ser mayor. Pero hoy al escribir esto me he dado cuenta cuántas veces he tenido que usar la palabra "siempre". Y es que siempre serán mis grandes amigas y siempre estaremos de una forma u otra unidas, porque siempre seremos Las Bananarama.
¿Verdad chicas?
Os quiero.
Feliz cumpleaños Ana.

Foto tomada en nuetro último encuentro este verano.