Hoy retomo el camino, la inquietud y el esfuerzo de escribir...
Amenazo, vuelvo a escribir en éste, mi blog, como una Reina Tuerta en un mundo de ciegos.

martes, 30 de noviembre de 2010

La vida a 10 minutos vista


Lunes. Voy hacia el coche, me monto, arranco y conduzco hasta casa. 10 minutos. Entro en casa, voy hacia mi cuarto, me pongo las zapatillas, bajo a la cocina, me tomo una pastilla y un vaso de leche. 10 minutos. Voy al baño, me tomo una ducha caliente, me pongo esa camiseta vieja que me hace sentir como si el tiempo nunca hubiera pasado y me meto en la cama. 10 minutos. Me subo la sábana cuanto puedo, me adentro en ella buscando un calor que no encuentro, Lola insiste en subirse a la cama, la subo, se pega a mi pecho, en su tacto consigo al fin ese calor y allí, sabiéndome escondida, espero el dulce efecto de la pastilla. 10 minutos. Los recuerdos se emborronan, el calor denso de las sábanas es mi escudo, la realidad y la imaginación se funden a los mil grados que parece estar mi cerebro, el tiempo se hace lento. 10 minutos. El sueño no llega, como tampoco esa ansiada pérdida de conciencia, ese deseo de no estar, esa necesidad de no ser. Una eternidad.

Martes. Ayer me dijeron que no intentara ver mi vida más allá de 10 minutos. Por lo visto es un acto de supervivencia. Debí de hacerlo bien. He sobrevivido. Hoy aún no tengo ninguna consigna, pero la razón, ésa que va y viene y se me esconde, me dice que mejor no piense. Lo malo es cuando sentir es aún peor que pensar. No pensamos para no crear dolor. Sentimos para perdernos en él. Hoy, como ayer, mi objetivo será sobrevivir a la paradoja vital de este último día de noviembre, frío, lluvioso y triste.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

La mirada de Marina

A Marina la he visto sólo un día en mi vida. A Marina la conocí el mismo día en que tuve que despedirme de ella. Marina es la mujer de mi primo Sasha. Marina es la fuerza, es la pasión, es la tierra, es la vida. Nos conocimos este verano en Ucrania, en el que ha sido y será el viaje de mi vida.  Un viaje de ésos de los que tanto había oído hablar, de ésos que te cambian la vida, de ésos en los que corres verdaderas aventuras, de ésos en los que descubres un mundo nuevo y en los que paradojicamente allí en mitad de casi la nada, te descubres a ti.
Marina hablaba sólo ruso. Yo le contestaba en español. Así nos llevamos horas. Y, sin embargo, creo haber entendido todo lo que me dijo. Es increíble cómo la lengua puede no ser un obstáculo cuando realmente se quiere entender al otro, cuando lo que le queremos decir nos sale del corazón, de las entrañas, de lo que somos. Tal vez sea eso que llaman, y suena tan cursi, el lenguaje del corazón. No lo sé.
El día había comenzado con la visita a la tumba de mi abuelo, de la que hablaré otro día, así que los sentimientos ya los llevábamos a flor de piel. Allí en Nicopol, en el campo de mi tía Carmen nos reunimos toda la familia, la española y la ucraniana.
Esta foto está tomada momentos antes de la despedida, cuando yo ya era un mar de lágrimas y ella me decía que tenía que ser fuerte, que la próxima vez iríamos a cantar y que siempre había que sonreir, y muchas más cosas que aún hoy mirando la foto creo estar entendiendo. Sé que este momento congelado, es un tesoro como otros muchos que llevo conmigo. Sería muy injusta, además de una necia, si sólo me quedara con él y con ella, con Marina. La familia es muy grande, son muchos tíos, muchos primos. Es una gran familia. Aún hoy, al recordar, me sobrecoge sus muestras de cariño, sus lecciones de humildad, su inmensa generosidad. Recuerdo haberme pasado todo el camino de vuelta llorando sin encontrar consuelo. Fue entonces, en el coche, cuando mi tío Dimitry me dijo, como adivinando mis pensamientos, que lo más importante en la vida era encontrar a personas con corazón. Y qué razón llevaba. Me parecía tan injusto, tan duro, tan cruel descubrir que esa familia con la que siempre había soñado tener y que, desde hacía ya tiempo, había incluso desistido en pensar, existía y que era la mía, pero que me tenía que despedir de ella. Me sigue pareciendo una broma macabra del destino. Recordarte lo que tanto te ha costado dejar dormido, para luego volver a quedarte sin él.
Sé que un día volveré a Ucrania, a Nicopol,  a ese campo donde bailamos, corrimos, y reímos  como niños. Porque yo sí creo que hay que volver a donde un día se fue feliz, donde las palabras no importaban y las miradas eran las protagonistas.
Gracias, Marina. Gracias a todos, por haberme hecho pensar en tantas cosas, por recordarme lo que realmente importa, por mirar con ojos nuevos a toda la gente que quiero y me rodea, y por, como dice mi amigo Juanjo, haber vuelto "más persona".

martes, 16 de noviembre de 2010

Anna Karénina

Este sábado se cumplen cien años de la muerte del gran maestro del realismo ruso León Tolstói. Sabía que la fecha rondaba por este mes pero hasta hoy no he sabido que fue un veinte de noviembre. Casualidades de la vida, esto nos viene a confirmar que cada día nacen y mueren gente de "cien mil raleas". Pero bueno, ése es otro tema.

Анна Каренина, su título original, fue  publicada por primera vez en 1877 y es considerada una de las obras maestras de la Literatura Universal de todos los tiempos. Y aunque soy filóloga debo confesar que hasta este verano no me la he leído.
Todo empezó a principios de verano cuando mi compañera del colegio y amiga, Aurora ,me la aconsejó fervorosamente, bueno, los que la conocéis sabéis que no sería capaz de hacerlo de otro modo. Me contó que había hecho un curso sobre el adulterio femenino en la literatura, no me digáis que no suena interesante, como todo en ella, y que sus tres grandes representantes eran La Regenta, de Clarín, Madame Bouvary, de Floubert y, por supuesto, Anna Karénina, de Tolstói.
Afortunadamente le hice caso y ha sido, bueno, han sido sus dos volúmenes mis grandes compañeros este verano. Quedé fascinada. Y es que quién sería capaz de no enamorarse de una novela que empieza así:
"Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su modo".
La novela cuenta de manera entrelazada la historia de amor y desamor de cuatro mujeres bajo el escenario de la sociedad pacata rusa del s. XIX. Ana, personaje sobre el que gira la obra, es una mujer casada que se deja arrastrar por una pasión, o por un amor, aún no lo sé bien, porque se mezclan demasiados sentimientos en ella. Es una constante en toda la literatura, me recuerda tanto a la novia de Lorca en Bodas de Sangre, cuando le dice a la que iba a ser su suegra que ella no quería, que la arrastraron miles de pájaros, que sintió como la cabezada de un mulo. Y es que quién no ha huido alguna vez, como diría Neruda,  de los consejos sensatos y se ha dejado llevar por una pasión. Espero que todos alguna vez.
Todos los personajes, incluso su marido, terminan compadeciéndose de ella. Y es que quizás en ella la palabra pasión adquiera ese significado griego de sufrimiento, de dolor. Mira, por donde, ahora sí me sale la filóloga que llevo dentro. Éstas son las palabras de la que un día fue su rival:
 "Y criticar a Ana, pensó después. ¿Y por qué? ¿Soy yo mejor? Por lo menos, tengo un marido al cual amo - No como quisiera yo, pero le amo. Mientras que Ana nunca amó al suyo. ¿Qué culpa tiene ella? Ella quiere vivir. Dios nos ha impreso este deseo en el alma. Es muy posible que yo hubiese hecho lo mismo".
Todos los que leamos la novela también pensaremos que hubiesemos hecho lo mismo, pero qué ocurre cuando Ana Karenina es otra, cuando es otra u otro el que comete la "locura", cuando esa decisión afecta a tu vida y no al personaje de un libro, cuando eres tú el que te quedas con la cara de "ahí te quedas". Estoy segura de que no seríamos tan benevolentes, ni tan modernos y que sólo mostraríamos cierta compasión si adivináramos en el hecho mismo cierto sufrimiento. Tal vez entonces comprenderíamos que no es cuestión de siglos y que tan natural como la pasión es el despecho y el rencor.
Como veis, me apasiona el tema, nunca mejor dicho, así que espero vuestros comentarios y, sobre todo, haber conseguido animaros a su lectura. 
Supone toda una  lección de amor a las palabras y al noble arte de escribir. Lectura imprescindible hoy día para sobrevivir a tanta falta de belleza y humanidad.
Ánimo.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Aceptando realidades

¿Por qué nos cuesta tanto aceptar las realidades?, ¿Por qué si las tenemos en frente, o incluso nos persiguen desde hace años, nos cuesta tanto reconocerlas, admitirlas?.¡Qué difícil es en esta vida ser coherente!, ¡Qué difícil es mantenerse en esa delgada linea que te permite sentirte bien contigo misma y no darte cuarenta latigazos al día con complejos, culpabilidades inexistentes y realidades que no acabamos de aceptar!. ¿Tanto nos cuesta desnudarnos ante un espejo y mirar y ver y aceptar?, ¿De verdad sería cierto aquello de que si todos dijéramos lo que pensamos no llegaríamos al desayuno?. ¿Pero no sería mejor soltar todo aquello que nos pesa, que salga el sol por donde quiera y que arda Troya, pero liberarnos de una vez de todos esos miedos, de todo ese temor a ser malentendido y a herir gratuitamente al otro?, ¿No nos habremos pasado con las corazas que nos ponemos, no se nos habrá ido la mano con tanta protección hacia la persona de uno y la de los demás?, ¿No será mejor aceptar que somos los que somos y que los otros no van a cambiar tan sólo por el hecho de desearlo fervientemente?, ¿No es mejor aceptar que tienes un digno 2 a mentirte pensando que tienes un maravilloso 8?. ¿Puede alguien estar toda la vida mintiéndose con la realidad que le rodea?, ¿Será acaso que no hay nada más peligroso en la vida que las mentiras que uno mismo se fabrica día a día para suplir nuestras carencias, para maquillar nuestras deficiencias?, ¿Por qué no aceptarnos sin traumas, sin remordimientos, sin complejos, sin latigazos?, ¿Será que nos falta valor, ese valor para no creernos mejores, ese valor de ser humilde, ese valor de reconocer tantas y tantas y tantas cosas, ese valor de no aferrarnos, no sólo a lo que tenemos sino incluso a lo que deseamos tener?
Hoy sólo tengo preguntas y una clara aseveración. Hoy me he mirado y me visto. Hoy con todas mis dudas y mis preguntas me siento con valor para todo. Y como de aceptar parece que va la cosa, ahí os dejo una foto, en la que acepto que tengo esa cara por las mañanas, que desayuno todo lo que puedo y más, metiendo el pan con manteca en el cola cao, que soy miope, bueno ya además con presbicia y que sí, que me encanta salir en una foto. ¿Pasa algo?


Por cierto, si alguien quiere añadir alguna pregunta o cree saber alguna de las que han salido hoy por mi linda boca, estaría encantada de oirlas. Incluso las tuyas, Carmen Yolanda.
Saludos y buenas tardes.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Barcos de papel

Haciendo barcos de papel los años se fueron volando. Es increíble cómo el tiempo lo cambia todo, lo enreda todo. En estos días, sin buscarlo,  he encontrado un video que hice en 2005. Son sólo cinco años, pero ha llovido tanto, ha cambiado todo tanto. Me cuesta verlo y más hablar de él, pero siento que ya es tiempo de hablar de lo que nos duele. Como bien me recordaba mi hermano hace unos días, el dolor más cruel es el que no encuentra palabras para ser expresado. Y yo, aún hoy, no sé hablar de mi madre, de la ausencia de mi madre, del dolor que me produce.
Recuerdo que para este video elegí una canción y unos intérpretes que nos gustaban a las dos, bueno a los tres si contamos a mi padre, aunque los años y la fuerza de la costumbre me habían hecho verlos como uno solo. No sería hasta después que mi padre ganara la nitidez y la presencia que tiene hoy en mi vida. Y es que al lado suyo nunca nadie hubiese podido tener luz propia. Nadie puede deslumbrar al sol. No recuerdo bien por qué lo hice. Creo que fue uno de esos arrebatos, benditos arrebatos que me daban, de festejar, de celebrar la vida tan bonita que llevábamos. El mejor regalo que se le podía hacer a mi madre era, como ella decía, "un papelito". Un papelito en el que le dijéramos cuánto la queríamos. Así que yo decidí ponerle color y música. Agradecía tanto cada muestra de cariño por pequeña que fuera, era tan fácil hacerle féliz y yo disfrutaba tanto viéndola sonreir que hubiese sido una necia si no lo hubiese hecho más a menudo.
Es la primera vez que escribo sobre ella y casi la primera vez que la menciono. He querido hacerlo muchas veces, unas por fidelidad, otras por una culpabilidad mal entendida y muchas simplemente porque necesitaba hablarle, hablarle a mi madre. Pero no puedo, o no podía. De la misma manera que no puedo poner fotos suyas en mi casa ni verlas en las de otros.
Qué dificil es esto. Ahora al ver el video me doy cuenta de que ella , de que su amor, sí que eran mi ruta de navegación. Ella era la bandera de mi barco. Ella era mi gran amor. Y aún hoy no entiendo cómo el mundo no se paró, cómo todos los que la amábamos hemos podido seguir sin ella. Supongo que por aquello que dicen de que la vida te arrastra y de que el mundo no se para. Sin embargo el mío sí se paró, el mío cambió y mi vida es menos bonita desde entonces. Yo no soy la misma. Su ausencia me ha endurecido en muchos sentidos y no siempre me gusta en lo que me he convertido. Me gustaría tanto volver a recuperar esa pureza y esa inocencia con la que una caminaba por la vida creyendo que todo sería así para siempre, por el simple hecho de no poder imaginar que las cosas fueran distintas. Pero no, la vida cambió y sigue cambiando. Y lo peor es que nunca nos coge  preparados. Todo es pura improvisación. Igual es que de eso va la cosa. Después de todo va a tener razón mi amiga Mª Mar cuando me dice que esto de escribir en un blog es terapeútico y que hay que saber soltar lo que tanto nos pesa, lo que tanto nos duele. Pero creo que aún no me sale muy bien. Aprenderé, tendré que aprender, igual que aprendí a ser feliz de otro modo, a vivir de otro modo, a sentir de otro modo.
Ella siempre me faltará. Y es necesario tener el suficiente valor para reconocer que hay una parte de mí que siempre me faltará. Y cuando veo este video comprendo, de una manera en la que antes no hubiese podido, que hubo un tiempo en el que fui plenamente consciente de que vivía los mejores años de mi vida. Que gritaba a los cuatro vientos mi felicidad y que a mi madre la hacía partícipe, porque mi felicidad era también la suya. Que eramos felices pensando que nada podría hacer naufragar nuestros barcos de papel. Que en nuestra ingenuidad nos creíamos invencibles. Bendita igenuidad.
Y  también descubro que lo hice bien. Que la amé y ella se supo amada. Que la mimé cuanto pude y que tal vez ya sea tiempo de mimarme un poco a mí. No sé hacerlo, pero, como en todo, lo aprenderé.

" Haciendo barcos de papel
los años se fueron volando
y aunque ya todo naufragó
yo sigo siendo el capitán de mi barco." 
Antonio Martínez Ares 



martes, 2 de noviembre de 2010

Ya no quiero ser Carrie Bradshaw

No, ya no quiero ser Carrie Bradshow. Lo siento Marichu, lo siento Ana, lo siento Yolanda, lo siento amigas todas. No sé cómo ha podido ocurrirme a mí y en una edad tan tonta, pero ha ocurrido. Y no a cualquier hora sino hoy y a las siete de la mañana. Os cuento. Confieso que tengo en el baño, justo al lado del espejo, un cuadro con una foto de Carrie. Es idílica, sale por supuesto monísima, con una camisa imposible, en un Paris que se me resiste y con una torre Eiffel a la espalda aún más hermosa si cabe que en la realidad.  Para mi descargo debo decir que tengo un baño temático sobre Paris y que la foto encaja a la perfección. Bueno, quizás para algunos, incluso para algunas, el delito sea aún mayor. Y me vuelvo a explicar. Hoy, de madrugada, vamos a las 7:00, como si lo fuera, mientras me ponía medio dormida mi crema superhidratante de factor 50 antisol, antifrío, antiviento y antiarrugas, lo vi claro. Ya no quiero ser ni Carrie, ni como Carrie.
Y no es que haya invertido demasiadas energías en conseguirlo, pero sí en soñarlo. Y os preguntaréis qué era lo que me atraía de este personaje. Pues no era, o no sólo, su parte glamourosa, con esos rizos tan perfectos que nunca se le venían a la cara, ni su maquillaje impecable, ni su armario digno de envidiar, por no mencionar sus imposibles Manolos Blahnik de tacón de vertigo. Ni tan siquiera, lo cual es admirable cuando menos imposible, que pudiera mantener ese nivel de vida escribiendo tan sólo un artículo semanal para su columna. No, era algo que creo hasta hoy no he alcanzado a comprender.
Carrie siempre ha representado a esa típica treintañera media americana, trabajadora, independiente, estilosa, liberada moral y sexualmente y muy preocupada por su apariencia física. Y ésa no soy yo, aunque encuentre en ella cosas que me definan. Si cumplir años, en este caso cuarenta y uno, cuatro menos que ella, que puesto ya a contar, lo contamos todo, no nos da para quitarnos etiquetas, pues apaga y vámonos.
Me he pasado horas y horas, y he visto y revisto los mismos capítulos una y otra vez, y en todos ellos envidiaba dos cosas. Por un lado, la amistad, el significado tan alto de la amistad que había en esas reuniones de media tarde en torno a un cosmopolitan, y, por otro, la vida llena de opciones que parecía tener Carrie. Todo parecía estar a su alcance. Todo parecía ser posible. Pero no todo era tan cierto. Me he pasado años buscando ese tipo de amistad sin darme cuenta que ya tenía las mías propias, eso sí, menos perfectas y quizás menos accesibles, pero que han estado siempre en los momentos en los que las he necesitado sin atreverse a juzgarme, sin dejar de quererme cuando les fallaba, que ha sido muy a menudo. Y en cuanto a las posibilidades, eso también me lo han enseñado los años. Tengo cuantas posibilidades deseo y eligo tener. Y ya no me obsesiono, como hace años, con lo que dejo de elegir, con lo que dejo de vivir.
Vivimos en una época en la que estamos continuamente y literalmente "etiquetándonos". Así que supongo que es buen momento de liberarnos de algunas de ellas. Mi hermano lleva toda la vida diciéndome que me prefiere a mí antes que a la canija de Sexo en Nueva York, así que igual es tiempo de hacerle caso en esto y en alguna que otra cosilla.
Ya tengo mi propio glamour, ya tengo a mis amigas, bueno aún mejor, a mis amigas y a mis amigos, ya tengo a un Mister Little que en ningún momento dudó de nuestro amor y, sobre todo, ya me tengo a mí, que no me costó poco. Así que dejaré a Carrie en un Paris donde tampoco fue amada, con sus geranios rojos y su torre Eiffel, donde la veré cada mañana y la saludaré como se saluda a una vieja amiga, a ese sueño que apenas recuerdas al despertar.
Bye, bye, Carrie.



Susodicha  foto