Hoy cumple mi niña otro añito más, y ya son cuatro. Llegó a mí tal y como la veis en esta foto, con apenas dos meses y no abultando más que una bobina de lana negra, que era lo que parecía. Llegó un 31 de diciembre de 2008, como la última oportunidad de un año que tanto me había quitado y que tanto me debía.
Nunca me habían gustado los perros y nunca, ni de pequeña, había soñado con tener uno, pero en esas Navidades estaba cansada, demasiado cansada para sentir incluso miedo de una responsabilidad tal. Debo confesar que el traerla a casa fue un acto absolutamente egoísta, no tenía ni idea entonces de lo que supondría ni para ella ni para mí tenerla en casa. Ese día sólo pensaba en cómo podría soportar aquella noche en la que entraba un nuevo año, un nuevo y primer año en el que la ausencia de mi madre pensaba no me iba a dejar respirar un minuto más. Así que aquel día poco o nada pensé en ese ser que entraba por mi puerta llena de miedos y desorientada. Sólo veía la mejor forma que se me había ocurrido de olvidarme de qué día era. Lola, la nueva habitante de la casa, pasó creo que una de sus peores noches, porque, como ya he aprendido luego, el ruido de los petardos le dan mucho miedo, y claro de una nochevieja qué íbamos a esperar. Todo esto unido a que era su primera noche en una casa que no conocía y que me empeñé en que durmiera en la cocina. La pobre, sólo espero haberla recompensado en tantas otras noches que nos hemos quedado dormidas acurrucadas en el sofá.
Nunca me habían gustado los perros y nunca, ni de pequeña, había soñado con tener uno, pero en esas Navidades estaba cansada, demasiado cansada para sentir incluso miedo de una responsabilidad tal. Debo confesar que el traerla a casa fue un acto absolutamente egoísta, no tenía ni idea entonces de lo que supondría ni para ella ni para mí tenerla en casa. Ese día sólo pensaba en cómo podría soportar aquella noche en la que entraba un nuevo año, un nuevo y primer año en el que la ausencia de mi madre pensaba no me iba a dejar respirar un minuto más. Así que aquel día poco o nada pensé en ese ser que entraba por mi puerta llena de miedos y desorientada. Sólo veía la mejor forma que se me había ocurrido de olvidarme de qué día era. Lola, la nueva habitante de la casa, pasó creo que una de sus peores noches, porque, como ya he aprendido luego, el ruido de los petardos le dan mucho miedo, y claro de una nochevieja qué íbamos a esperar. Todo esto unido a que era su primera noche en una casa que no conocía y que me empeñé en que durmiera en la cocina. La pobre, sólo espero haberla recompensado en tantas otras noches que nos hemos quedado dormidas acurrucadas en el sofá.
Y esa noche pasó, fue muy mala para las dos, pero fue lo primero que pasamos juntas, lo primero que me ayudaba a superar. Decir que fue lo mejor que me trajo aquel año es quedarse corto. Con ella he aprendido tantas cosas que es imposible sospecharlas si no tienes un animal al lado. Aún no sé muy bien lo que yo habré aportado a su vida pero sí sé muy bien lo que ella a la mía. Ha sido todo un descubrimiento, su inocencia, su lealtad, su ternura... su incondicionalidad, en una sociedad que deja tanto que desear. Algunos amigos, todos ellos sin la experiencia de un animal en casa, me han mirado de forma extraña, como si se me hubiera ido la cabeza, cuando les he dicho que mi perra me cae mucho mejor que muchas personas que me rodean. Y no, no se me ha ido la cabeza, ni la he humanizado, pero la considero yo y el resto de mi familia como un miembro más. Porque lo es y porque se lo ha ganado a pulso. Es, por más de un motivo, la pequeña de la casa y esta noche, con ella acurrucada en mi falda y menos que nunca, quiero imaginar nuestras vidas sin ella.
Ella es Lola, nació perra, como yo mujer, pero en el fondo, como con casi todos, es más lo que nos une que lo que nos separa. Y como esto pretende ser toda una declaración de gratitud y amor: Gracias, Lola. Te amo. ¡Feliz Cumpleaños!