Dentro de unos días me voy a Paris. Vuelvo otra vez a sus calles, a sus parques, a sus rincones después de justamente 10 años. Y si es verdad lo que dicen de que 20 años no es nada, 10 deberían ser mucho menos, pero creo que por esta vez no es cierto. Imagino que para la vida de cualquiera 10 años son muchos, pero aún lo son más si suponen cierta barrera en el tiempo y en tu mente, es decir, si tu vida es sustancialmente no ya muy diferente, sino otra, sencillamente otra, porque como tal te sientes.
Paris desde aquel 2002 en que la visité ha sido para mí un referente, un sitio obligado al que volver, incluso con cierto caracter sagrado de peregrinación, porque en un época me refugié en la idea de volver a pasear triunfante por aquella ciudad, porque un día soñé con ser un árbol de los jardines de Luxemburgo, un sauce llorón al que alguien redimía de tanta soledad y que me obligaba a verme desde el otro lado. Dicho así, supongo que es difícil de entender, tal vez es más fácil si cuento que en aquella ocasión me sentí terriblemente desdichada y que en aquel jardín, el de Luxemburgo, me atreví, por primera vez, a dejar de mirar para otro lado. Y es que sentirse sola en Paris es verdaderamente terrible, toda una tragedia digna del mejor culebrón. Tal vez por eso lloré tanto cuando Carrie Bradshow en aquel capítulo se va a vivir a Paris (maldito Sexo en Nueva York) y descubre que no hay nada más desgraciado que no sentirse amada en la "ciudad del amor"(maldita decisión y maldito viaje).
En fin, tengo entendido que al sitio que has sido feliz no debes tratar de volver, así que si aplicamos la lógica, se supone que sí debes hacerlo donde no lo fuiste. Pues, nada, allá que voy. Sé que los sitios son los mismos, que somos nosotros, nuestras circunstancias y nuestras miradas las que los cambian. No espero que nada más bajar del avión me inunde una oleada de felicidad ñoña y romanticona (¡Qué horror!), ni sentirme pletórica a cada paso que dé (¡Qué cansancio!), ni que todo me parezca por arte de magia bonito (¡Qué pedantería!). No. Se trata, nada más y nada menos, de "saldar" cierta deuda pendiente con una servidora, de darme a mí misma una palmadita en la espalda, de ponerme delante de aquel sauce (¡A ver quién es la guapa que encuentra el mismo!) y contarle que lo hice, que en aquel entonces me morí de miedo pero que aún así lo hice, que soñé con cambiar mi vida y que lo hice, y que me propuse venir a contárselo y que lo hago. No sé si el sauce tendrá algo que decir al respecto, yo con dejar de soñar con él tengo bastante. Recordemos que me acabo de hacer una mujer mayor, vieja y libre, y ahora, por fin, en mis sueños las princesas persiguen a los lobos, las reinas nos salvamos solitas y, sobre todo, los árboles (malditos árboles sicoanalistas) no tienen la costumbre de meterse en la vida de nadie.
Mucho más divertido, ¿no creéis?