Esta historia se remonta allá por el otoño de 1980. Recuerdo estaba sentada en un sofá de sky amarillo, de ésos que le saltaban los botones y con flequitos en la parte de abajo, en la casa de mi abuela Paca en Palma 7, barrio La Viña, por supuesto, y se me acercó mi prima Mari. Era un domingo como tantos en los que la primera visita era siempre para mi abuela Paca, la madre de mi madre, que había vivido toda la vida en esa casa, acompañada ya por entonces sólo por mi tía Carmela, a la que yo siempre he llamado tata y que, como dice ultimamente, ha heredado su rinconcito en el salón.Yo tenía 11 años y recuerdo cómo mi prima me contó, mientras mis padres hablaban con mi tía y mi abuela, un gran secreto. Me dijo que iba a ser mamá, pero que no lo contara. La noticia me fascinó. Mi prima Mari por la cercanía de edad y, sobre todo, por la física, siempre ha estado muy unida a mi vida. Así que no podría hacer recuento de los grandes momentos de mi vida sin su presencia, sin su apoyo, sin sus consejos... sin su amor. Imagino que el motivo de que fuera "secreto" era mi abuela y su delicado estado de salud. De hecho, ese mismo otoño nos dejó, sin llegar a conocer a su bisnieta.
Mi prima, como es lógico, empezó a engordar y a mí y con mi edad me parecía la barriga más grande del mundo. Recuerdo tantas tardes de paseo y de meriendas con mi tata, mi madre y nosotras dos. Ella con un pichi azul que se ponía muy a menudo y que a mí me impresionaba sobre manera porque no podía imaginar que la barriga de mi prima, con lo delgada que siempre ha estado, pudiera estirar tanto. Fueron meses de tricotar jerseys de lanita, vestiditos, mirar embobadas el escaparate de la tienda "Goya" y ver cómo todas se ponían cada vez más nerviosas con los preparativos. Un punto de discordia fue el nombre que llevaría la niña, porque no lo he dicho, pero por supuesto entre tanta Corbacho fémina no podía ser otra cosa que niña. A mi prima le prestaron un libro de nombres y aquello terminó siendo un concurso. Todas las tardes hablábamos de nombres diferentes, ninguno tradicional, por lo que mi tata y mi madre siempre nos miraban con esa cara que sólo ellas sabían poner de desaprobación nada enmascarada. Había varios favoritos, como Priscilla, pero mi tata decía que cómo le íbamos a poner a la niña "presilla", y entonces mi prima comprendió que era mucho nombre para el barrio de La Viña, así que se decantó por Virginia, que aunque suele perder la "r" con facilidad acompañado de cierta aspiración exagerada, pasa más desapercibido.
Y la niña nació un 1 de Julio, preparada ya para ir a la Caleta. Mi tata les decía a las vecinas que era muy pequeñita, luego comprendí que era una estrategia suya para que se sorprendrieran cuando la vieran. Y es que Virginia era una bebé precioso y desde luego para los que la conozcais os podéis imaginar que pequeña, lo que es pequeña, no era. A mí que no había tenido la oportunidad de tener niños pequeños cercanos en la familia (es lo que tiene ser la pequeña de la hija pequeña de doce hermanos), fue toda una experiencia. La niña era sin duda monísima pero lo que más recuerdo era lo que lloraba, a mí no me parecía normal. Se cogía unos berrrinches increíbles y se ponía morada. Hoy y conociendo sus "corajes" no me extraña que ya desde pequeña le dieran. Recuerdo cómo un día en la plaza Mina, sentadas todas en un banco, se puso morada de tanto llorar y dejó de respirar. Se quedó como congelada, buena ella sola no, ella, su madre y yo. No sabíamos qué hacer, hasta que mi madre con toda la tranquilidad la cogió por los pies y la zarandeó todo lo que pudo y más, porque claro a corajes tampoco nadie la ganaba, y una bebé no le iba a rechistar, por muy Corbacho que fuera. Creo que aquello fue el inicio de su gran amistad, del gran amor y complicidad que se tuvieron las dos siempre. Incluso hoy, que ella, mi madre, ya no está, siguen de alguna manera juntas. Y es que fueron muchas las tardes de paseo, muchas las noches que dormía en mi casa y muchas las comidas en el campo.
Con Virginia he compartido muchas cosas, venía de paseo conmigo cuando tuve mi primer novio, dormíamos juntas, bailábamos hasta que la vecina de abajo subía a protestar, heredó mis Nancys, mi Leslie y hasta mi Lucas (madre mía, qué tiempos). Y la niña siguió creciendo, bueno, a veces me pregunto si ha parado alguna vez. Porque ella es grande, grande como la Luna. Grande su corazón, su generosidad y su bondad. Y ahora cuando algo le duele mucho ya no se queda paralizada y morada de llorar, porque ya ha aprendido a luchar por lo que quiere. Y lo ha conseguido. Ha aprendido muchas cosas en estos años, algunas me gustaría pensar que han sido de aquellas cuatro Corbacho que siempre la han rodeado, la hemos rodeado.
Pasado mañana se casa, empieza una nueva etapa que, como la vida misma, estará cargada de cosas buenas y de otras no tanto. Y quiero recordarle que, aunque ahora tenga a su lado otras personas como su hermana, sus amigos, su marido, de alguna manera seguiremos ahí las cuatro, las cuatro Corbacho, las de los paseos interminables por la calle Columela, dispuestas a arroparla en todo como entonces y listas para darle, si es necesario otra vez, un zarandeo si se le olvida que la Vida hay que disfrutarla a pleno pulmón.
Mi prima, como es lógico, empezó a engordar y a mí y con mi edad me parecía la barriga más grande del mundo. Recuerdo tantas tardes de paseo y de meriendas con mi tata, mi madre y nosotras dos. Ella con un pichi azul que se ponía muy a menudo y que a mí me impresionaba sobre manera porque no podía imaginar que la barriga de mi prima, con lo delgada que siempre ha estado, pudiera estirar tanto. Fueron meses de tricotar jerseys de lanita, vestiditos, mirar embobadas el escaparate de la tienda "Goya" y ver cómo todas se ponían cada vez más nerviosas con los preparativos. Un punto de discordia fue el nombre que llevaría la niña, porque no lo he dicho, pero por supuesto entre tanta Corbacho fémina no podía ser otra cosa que niña. A mi prima le prestaron un libro de nombres y aquello terminó siendo un concurso. Todas las tardes hablábamos de nombres diferentes, ninguno tradicional, por lo que mi tata y mi madre siempre nos miraban con esa cara que sólo ellas sabían poner de desaprobación nada enmascarada. Había varios favoritos, como Priscilla, pero mi tata decía que cómo le íbamos a poner a la niña "presilla", y entonces mi prima comprendió que era mucho nombre para el barrio de La Viña, así que se decantó por Virginia, que aunque suele perder la "r" con facilidad acompañado de cierta aspiración exagerada, pasa más desapercibido.
Y la niña nació un 1 de Julio, preparada ya para ir a la Caleta. Mi tata les decía a las vecinas que era muy pequeñita, luego comprendí que era una estrategia suya para que se sorprendrieran cuando la vieran. Y es que Virginia era una bebé precioso y desde luego para los que la conozcais os podéis imaginar que pequeña, lo que es pequeña, no era. A mí que no había tenido la oportunidad de tener niños pequeños cercanos en la familia (es lo que tiene ser la pequeña de la hija pequeña de doce hermanos), fue toda una experiencia. La niña era sin duda monísima pero lo que más recuerdo era lo que lloraba, a mí no me parecía normal. Se cogía unos berrrinches increíbles y se ponía morada. Hoy y conociendo sus "corajes" no me extraña que ya desde pequeña le dieran. Recuerdo cómo un día en la plaza Mina, sentadas todas en un banco, se puso morada de tanto llorar y dejó de respirar. Se quedó como congelada, buena ella sola no, ella, su madre y yo. No sabíamos qué hacer, hasta que mi madre con toda la tranquilidad la cogió por los pies y la zarandeó todo lo que pudo y más, porque claro a corajes tampoco nadie la ganaba, y una bebé no le iba a rechistar, por muy Corbacho que fuera. Creo que aquello fue el inicio de su gran amistad, del gran amor y complicidad que se tuvieron las dos siempre. Incluso hoy, que ella, mi madre, ya no está, siguen de alguna manera juntas. Y es que fueron muchas las tardes de paseo, muchas las noches que dormía en mi casa y muchas las comidas en el campo.
Con Virginia he compartido muchas cosas, venía de paseo conmigo cuando tuve mi primer novio, dormíamos juntas, bailábamos hasta que la vecina de abajo subía a protestar, heredó mis Nancys, mi Leslie y hasta mi Lucas (madre mía, qué tiempos). Y la niña siguió creciendo, bueno, a veces me pregunto si ha parado alguna vez. Porque ella es grande, grande como la Luna. Grande su corazón, su generosidad y su bondad. Y ahora cuando algo le duele mucho ya no se queda paralizada y morada de llorar, porque ya ha aprendido a luchar por lo que quiere. Y lo ha conseguido. Ha aprendido muchas cosas en estos años, algunas me gustaría pensar que han sido de aquellas cuatro Corbacho que siempre la han rodeado, la hemos rodeado.
Pasado mañana se casa, empieza una nueva etapa que, como la vida misma, estará cargada de cosas buenas y de otras no tanto. Y quiero recordarle que, aunque ahora tenga a su lado otras personas como su hermana, sus amigos, su marido, de alguna manera seguiremos ahí las cuatro, las cuatro Corbacho, las de los paseos interminables por la calle Columela, dispuestas a arroparla en todo como entonces y listas para darle, si es necesario otra vez, un zarandeo si se le olvida que la Vida hay que disfrutarla a pleno pulmón.