El tiempo es relativo, verdad de perogrullo que ya la dijo Einstein, cómo no.
Hace cuatro meses que llevo esperando el día de hoy. A que llegara Abril. A que los médicos me dieran los permisos correspondientes. A poder hacer las cosas por mí misma, las más insignificantes o las más necesarias, eso da igual, al final te das cuenta de que todas son importantes, al menos, para no sentirte tan mal.
Uno puede pensar que cuatro meses no son nada pero, ah, claro, todo es relativo. El tiempo también. No soy capaz de cuantificar este tiempo pero, desde luego, no lo recuerdo tan corto. Hoy, miro hacia atrás y veo muy lejano todo aquello que configuraba mi vida normal, mi universo diario. Han sido cuatro meses de retiro forzoso y creedme en que estoy siendo muy generosa calificándolo así. No me siento víctima de ello y no quiero que lo parezca, tan sólo siento hoy la necesidad de hacer este balance de la mejor manera que sé, escribiendo.
En estos meses he tenido mucho tiempo libre. Mucho. Demasiado. Y lo digo siendo consciente de que, en breve, la idea de que el tiempo libre me pueda parecer excesivo me resultará chocante. Pero así ha sido. El tiempo se paraba, se alargaba o se encogía dependiendo de cosas tan variopintas como el dolor, el estado de ánimo, haber dormido o no la noche anterior, la llamada de alguna amiga, el whatsap de un ser querido, o un comentario, motivador o deprimente, en algunos de los múltiples grupos de artrodésicos que hay, y en los que, por cierto, he participado activamente, porque el dolor común, con tornillos o sin tornillos, une y sana. Y es en ellos donde me refugiaba en esas noches de insomnio o en esos días interminables donde las amigas y los seres queridos habían tenido sus propias urgencias y no habían podido hablarme. Todo era entendible y comprensible pero de que el tiempo entonces se paraba, creedme, se paraba.
Me he enfadado mucho y eso lo sabéis. Mantenía conmigo misma unas luchas terribles, a veces sanguinarias, por no entender ni mis emociones, ni las del otro. Supongo que cuesta asimilar lo solo que podemos llegar a estar. Hay verdades que necesitan sus meses para ser asimiladas, sobre todo, si te resistes a verlas.
Eso sí, he aprendido mucho también, como, por ejemplo, que hay emociones que te capacitan y otras que te limitan; que, igual que el tiempo, la distancia es también relativa; que la generosidad sana y, sobre todo, que la capacidad de sentir amor y compasión es lo que nos hace humanos o animales, en el mejor de los sentidos.
Os confieso algo, en todos mis comentarios en los grupos en los que he participado siempre he reivindicado y llevado como bandera que basta ya de la famosa frase "después de esto ya no volveré a ser el mismo", coletilla muy frecuente que la gente se repite como un mantra como si eso nos consolara de algo. Me he negado siempre a pensar que ya no volveré a ser la misma, entre otras cosas porque suena a resignación y a algo negativo. Pero lo cierto es que hoy miro atrás y me cuesta reconocer, al menos, algunos aspectos míos o de mi vida. Si lo pienso bien, lo normal, lo lógico y hasta lo sano es que no sea ya la misma. Las cosas siempre te cambian, lo que pasa es que los demás no siempre lo ven y tenemos la maldita e insana manía de mirarnos en ellos, los demás.
No sé cuánto de mí ha cambiado y si los demás lo notarán, pero he decidido acogerlo y aceptarlo. Estoy cansada de pelearme, de batallas contra molinos de viento, de apegos innecesarios y que me empobrecen. Afortunadamente se abre, una vez más, un tiempo nuevo y estoy ilusionada por descubrir a dónde me llevará.
Y como diría Freddy Mercury -que, como imaginaréis, me caía infinitamente mejor que el de arriba- show must go on, que traducido resulta:
¡Que se abran los telones, que el espectáculo, mi espectáculo, debe continuar!