
En este caso y en cierto capítulo, ella se martiriza con cada detalle que tiene su pareja para con ella, porque piensa que es fruto de la culpabilidad que siente por una infidelidad del pasado. Nada del otro mundo, lo reconozco, pero a mí me ha dado para autofilosofear (si es que existe o existiera la palabra) y valga la redundancia, con una misma, todo el día. Y aquí es donde yo quería llegar. El libro, la novela en cuestión, que precisamente no es que resalte por su calidad literaria, me ha servido para llegar a una conclusión, claro está después de una larga serie de preguntas. ¿Por qué valoramos tan poco las acciones que provienen del sentimiento de la culpabilidad?, ¿No es un sentimiento como otro cualquiera?, ¿Somos capaces de diferenciar qué nos mueve a realizar cada una de las acciones de cada día?, ¿De verdad creemos que las buenas acciones no están exentas de interés ninguno?... Es muy difícil saber qué te lleva a hacer cada cosa. Por culpabilidad hacemos muchas cosas al día, porque lo de la culpa lo llevamos en la sangre, y nos sentimos culpable cada vez que creemos no estar respondiendo a las expectativas del otro. Pero, claro, cuando la culpabilidad es del otro no solemos ser tan generosos, y rechazamos todo lo que venga de ella. Claro, nadie nos ha dicho que ser coherente sea fácil.
Así que lo que más me gusta de los libros, como de las buenas películas, es esa larga lista de preguntas que yo mismo me impongo a modo de deberes y que hasta que no les doy respuestas son mis compañeras fieles. Ellas con sus respuestas me ayudan a replantearme desde una simple opinión a mi opción de modo de vida. Me ayudan a reciclarme, a cuestionarlo todo. Y, al final, siempre gano. Unas veces porque me reitero en mis pensamientos y forma de ver la vida, y otras, porque me doy cuenta de lo terriblemente equivocada que estaba. Y, ahora que lo pienso, no sé qué me gusta más que me pase....
Vuelta a las preguntas, en fin, lo pensaré esta noche y ya os contaré. Y mientras, a seguir leyendo.